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Cuando se supera la huelgafobia

Empieza el puñetazo en la mesa. Otoño caliente lo llaman algunos. La clase media, empobrecida y estrujada, se asoma ya por la rendija para revolverse cuando observa, atónita, cómo el grueso del crecimiento económico se lo llevan otros.

Los datos del INE así lo respaldan. La recuperación cabalga con gran intensidad sobre el capital y sobre los beneficios empresariales mientras que los salarios -ya no digamos el empleo- siguen sin recuperar el nivel precrisis.

Una brecha que está provocando serias desigualdades y que calienta a fuego lento el ambiente laboral. Inaugurado queda el periodo de huelgas por el colectivo de seguridad privada que comenzó en el aeropuerto de Barcelona con vocación de extenderse para continuar en septiembre con la plantilla de Aena.

Dos ejemplos claros que reflejan esa grieta por la que se cuelan no sólo discrepancias sino ansias de justicia social. En el caso de Eulen, pagando sueldos miserables en El Prat mientras el año pasado aumentaba su beneficio empresarial en un 64%.

En cuanto a Aena, lo suyo es de traca. Cerró 2016 con 1.100 millones de beneficio neto, lo que supone un 40% más que el año anterior. La misma empresa a la que sus empleados reclaman hoy subidas salariales y más puestos de trabajo después de una incomprensible privatización.

El efecto contagio, si nadie lo remedia, parece asegurado. Seguir tragando no parece una opción después de un tsunami económico del que comienzan a emerger unos a costa de otros. Al menos esa es la percepción con las cifras bajo el brazo.

Esto en un país escasamente conflictivo cuya capacidad de aguante está más que acreditada. Las estadísticas del Ministerio de Empleo son elocuentes. En los últimos tres años no ha parado de disminuir el número de jornadas perdidas por las huelgas.

Los signos de recuperación, unido al desprestigio sindical, enfriaron las protestas. En 2016 apenas fueron 390.000 los días no trabajados por un total de 183.000 huelguistas a diferencia de las más del millón y medio de jornadas que se registraron en 2008 a cargo de 542.000 participantes.

Una huelgafobia que parece tener los días contados. Las circunstancias han variado. El descalabro ya no es igual para todos y se impone la exigencia de un mejor reparto de la renta incluso con esta medida de presión a la que, según los datos, son reticentes los trabajadores españoles.

Una medida para obligar al acuerdo entre empresas y empleados que socialice las ganancias en estos momentos de consolidación de la recuperación y no sólo las pérdidas cuando vienen mal dadas.

Y donde el gobierno asuma un papel estelar. Por un lado, anulando aspectos de la reforma laboral que ahora pierde su sentido, si alguna vez lo tuvo. Por otro, fijando un salario mínimo más elevado que presione al alza las retribuciones de este país.

Y todo porque las huelgas, el último recurso al que acudir superando nuestra particular fobia, también cuestan dinero. A todos.

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