La Provincia - Diario de Las Palmas

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Miguel Ayala

Yo también soy moro

Desde el pasado jueves, tras los atentados terroristas en Cataluña, he escuchado y leído tal cantidad de reflexiones y mensajes de odio contra los moros -así definen abiertamente muchos ciudadanos estos días en tono despectivo a los musulmanes- que a la pena enorme y el indescriptible disgusto que siento por lo sucedido en Las Ramblas de Barcelona y el centro de Cambrils se me suma la vergüenza ajena por aquellos que, como cucarachas, han salido bajo las piedras para criminalizar y casi pedir piras públicas contra los árabes. Y lo más triste de todo es mi certeza de que estos incendiarios, con títulos universitarios y ávidos lectores de prensa, saben que relacionar Islam con estos cobardes asesinatos (los de Barcelona pero también los de París, Londres, Niza o Madrid) no se ajusta a la verdad, por mucho que los terroristas ataquen al grito de Alá es grande.

No es el momento de recordar cuántas barbaridades se cometen parapetadas por otras religiones. Quizá tampoco deba ser esta una oportunidad para insistir que mientras unos asesinos se escudan en el Alá, otros, respaldados por gobiernos legitimados de Occidente, se aferren al discurso de proteger el mundo libre para arrasar a los habitantes de ciudades y pueblos promoviendo golpes de Estado o apoyando a crueles dictadores.

Este sábado, en Las Palmas de Gran Canaria, me abochornó escuchar a un joven taxista árabe tratar de desligarse del puñado de locos que había atentado en Cataluña, "porque todos los musulmanes no somos así", decía sin atreverse a mirarme a la cara. Y ayer lunes también pude presenciar cómo en la Estación de Guaguas de San Telmo nadie se acercaba a ayudar a una mujer mayor que, con su yihab cubriéndole la cabeza, arrastraba dos bolsos tan pesados que la obligaban a moverlos de uno en uno, dejando abandonado por segundos en medio de la estación el bulto que no trasladaba mientras tiraba del otro. El gesto de terror y desconcierto de quienes, sin moverse, fijaban la mirada en el solitario paquete, como si aquello (con razón o sin ella) fuese una bomba, me volvió a ruborizar.

Leer en estas últimas horas cosas como "yo no era racista pero me estoy quitando" o "se confirma que la policía ha disparado de forma absolutamente respetuosa a un presunto terrorista, cuyo color de piel es entre un pálido finlandés y un tono nigeriano", y que su muerte ha ofendido a quienes son de esa misma tonalidad "por el violento disparo [de los agentes] y no haber intentado antes" repelerle empleando "técnicas pacifistas", reafirman mi idea sobre el oportunismo de las cucarachas para continuar alimentándose de restos fecales y, sobre todo, para animarme a confesar que yo, ante semejantes muestras de odio, hoy también soy moro.

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