Paulino Rivero se ha mostrado muy crítico contra la ley del Suelo, ha deslizado ciertas descalificaciones sobre la gestión del actual Gobierno de Coalición Canaria y ahora señala que la moción de censura en Icod de los Vinos, en la que participaron PSOE, PP, Ciudadanos y Somos Icodenses, es una muestra de la debilidad estructural coalicionera. Y lo es sin duda. Los dirigentes de CC han cometido un grave error en gobernar solitariamente y abandonar el pacto, porque forma parte de la identidad estratégica de Coalición su naturaleza pactista, pactante y hasta pactatera. Si siempre cogobernaron con conservadores y socialdemócratas -salvo en breves interregnos que también estuvieron más o menos pactados- no solo fue por la necesidad impuesta por la aritmética parlamentaria, sino también porque esa praxis sostenía y fortalecía la centralidad de CC en el sistema político canario. La irrupción de dos nuevas organizaciones políticas -Podemos y Ciudadanos- y el aumento de apoyos a Nueva Canarias deberían incluso haber incentivado la reconstrucción del acuerdo con el PSC-PSOE o una mayor flexibilidad para articular un pacto satisfactorio con el Partido Popular. No fue así.

La postura de Paulino Rivero es singularmente curiosa. Ningún otro presidente ha gobernado tanto tiempo esta comunidad autonómica -los ocho años de dos mandatos- y ninguno, tampoco, ha decidido ausentarse de tal manera de la vida partidaria. Si Rivero considera que el proyecto de CC está en peligro -o incluso que se ha evaporado cualquier vestigio de proyecto, salvo la supervivencia-, ¿por qué no lo denuncia en los órganos de dirección de su partido? ¿Sigue siendo al menos su partido? ¿Está al corriente de las cuotas? ¿O una vez que fue rechazado como candidato presidencial para las elecciones de 2015 juró que jamás volvería a pisar una sede de CC, una organización política que él contribuyó decididamente a madurar como tal por encima de innumerables suspicacias isloteñistas, ideológicas y operativas? Los chismosos mejor intencionados afirman que Paulino Rivero se encuentra pacíficamente jubilado y que no echa de menos el poder, sus pompas y sus obras. Es una hipótesis bastante inverosímil en el caso de uno de los dirigentes políticos más astutos, perseverantes e incansables que ha brotado en estos peñascos en el último medio siglo. Por el momento Rivero mide sus pronunciamientos, asiste a algún debate público siempre que el público no sea mucho, bloquea los fines de semana y se deja utilizar por los críticos apocalípticos de Fernando Clavijo y su equipo, incluso al precio de ser caricaturizado como un prodigio de progresismo, ecologismo y patriotismo pancanario. Cuando se intensifiquen un conjunto todavía no perfectamente definido de frentes de oposición política y social a lo largo del próximo año y medio se incorporará al mismo, muy probablemente, como independiente en las listas de Nueva Canarias. Tal vez le diera una oportunidad a CC si lo llamasen todos al unísono para salvarlos del desastre que comenzaron a provocar cuando no le apoyaron para un tercer mandato. Y para un cuarto. Y un quinto. Rivero es uno de los escasos políticos canarios que han entendido que el poder es una forma de eternidad.