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El racismo profundo de Donald Trump

Al defender a quienes protestaban contra la retirada de una estatua del general que lideró en su día al Ejército Confederado, Donald Trump recurrió a un mito que data como mínimo desde la guerra civil norteamericana.

"La idea fantasiosa del buen y viejo Sur, donde la situación privilegiada de los blancos no había sido aún cuestionada. Mito que perdura y han alimentado los republicanos", explica el escritor estadounidense Kurt Andersen.

A ese mito ha contribuido también, afirma el autor de Fantasyland en declaraciones a Der Spiegel, el cine de Hollywood, gracias al cual los ciudadanos de aquel país prefieren "consumir ficción" a enfrentarse a la realidad.

Los norteamericanos, dice también Andersen, son "extremistas" en muchos aspectos, por ejemplo, en su religiosidad, mucho más fuerte que la que se da en otras sociedades occidentales y que ha llevado a la situación actual.

"La derecha cristiana ha desacreditado hasta tal punto la teoría de la evolución que en las últimas elecciones presidenciales, sólo uno de los candidatos republicanos dijo apoyarla".

Los republicanos son hoy por hoy mayoritariamente "un partido de protestantes blancos, y la ortodoxia de su fe se corresponde con la también extrema animadversión a los hechos que muestran los partidarios de Trump", señala Andersen.

Trump, que se las arregló a base de prórrogas para no tener que servir en la guerra del Vietnam, tiene, como algunos evasores, una extraña querencia hacia los militares, a algunos de los cuales ha colocado en su entorno inmediato.

Y no pasó tampoco inadvertido, al condenar los atentados de Cataluña, su elogio de los métodos utilizados en su día por el general John Pershing para acabar con la insurrección musulmana durante la ocupación de Filipinas por EE UU.

"Fijaos en lo que hizo con los terroristas apresados el general Pershing. Durante treinta y cinco años no volvió a surgir un terrorismo islamista radical", escribió el presidente en un tuit.

Trump se refería así a una leyenda sobre una actuación de Pershing contra los insurrectos filipinos tras la guerra hispano-norteamericana, en la que EE UU se quedó con aquellas islas del Pacífico.

Según la leyenda, Pershing juntó a 50 musulmanes rebeldes y mandó a sus hombres que fusilaran a 49 de ellos con balas bañadas en sangre de cerdo.

Al último le dejó escapar para que contara a sus compañeros lo que les pasaría si osaban enfrentarse al Ejército de Estados Unidos.

Como dicen los italianos, "se non è vero è ben trovato", y aunque nadie ha podido comprobar la veracidad de esa leyenda, nada impidió a Trump utilizarla para dar rienda suelta una vez más a su profundo antiislamismo.

Trump comenzó su carrera política con una mentira racista -aquella según la cual su predecesor no había nacido en Estados Unidos- y nada le impedirá seguir recurriendo a la ficción, eso que sus partidarios llaman "hechos alternativos", cada vez que convenga a sus fines políticos.

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