La Provincia - Diario de Las Palmas

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tropezones

Fobias

SR., más un conocido que un amigo, es un tipo que va de duro por la vida. Estábamos el otro día departiendo sobre las manías y fobias que aquejan a la mayoría de los mortales cuando, fiel a su perfil, me afirmó que no padecía ninguna aversión, que nada le afectaba, que no importaba lo que le echaran.

Siempre presto a llevar la contraria, le propuse tres situaciones, para poner a prueba su flemático temple.

Que se imaginara una circunstancia en la que tuviera que poner a salvo su vida escapando por un estrecho túnel que se iba estrechando más y más hasta el punto de llegar un momento en que arrastrándose no pudiera ya progresar, descubriendo de repente que ni podía avanzar ni podía retroceder, encajado en la angosta galería sin poder moverse un milímetro, ni hacia delante ni hacia atrás, y sin haber avisado a nadie de su paradero, abandonado pues a su suerte, no quedándole otra que irse resignando a morir lentamente, enterrado vivo.

Aún notándole cierto malestar en el rostro, me dispuse a plantearle otra situación: como me había asegurado no darle grima ningún insecto, le propuse el siguiente ejemplo ; habiéndose preparado un suculento bocata de jamón y queso, que reposaba en un plato en la encimera de la cocina, mientras buscaba una servilleta, no se habría percatado de la presencia de una gruesa cucaracha merodeando el tentador bocadillo. Es decir, no se habría percatado hasta el momento de hincarle el diente, y percibir el siniestro crujido de la cucaracha aplastada por el bocado, emparedada entre una loncha de jamón y otra de queso.

Era bastante obvio que el semblante de S. R. se había alterado. Ya no parecía tan seguro de sí mismo y el rictus que se iba dibujando en su boca no era de indiferencia precisamente, sino que podría recordar más bien la expresión del que muerde un gajo de limón.

Por eso se me ocurrió otra situación, por cierto muy similar a una vivida por mí, en la que la protagonista era una enorme rata, precisamente la conocida como rata noruega, un bicho de color gris del tamaño de un gato, que puede alcanzar el medio kilo de peso. (Casualmente, aunque su hábitat es casi universal he tenido ocasión de avistarla en la zona portuaria de Oslo).

Que se imaginara ahora que en su casa de campo, al no funcionar la nevera, se agachara para comprobar el cable de conexión, y al tirar de él con fuerza se encontrara que lo que asía con tanto empeño era precisamente la larga cola de una repugnante rata noruega, debatiéndose y chillando por tan desconsideradas muestras de familiaridad.

Como me consta que mi "paciente" estaba atravesando un momento de patente sofoco, no vi necesario abordar una cuarta prueba.

Ni falta que hacía, pues estaba claro que mi presuntamente imperturbable interlocutor no había conseguido refrenar unos acusados indicios de claustrofobia y unos patentes brotes de entomofobia y de musofobia.

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