El fenómeno del mar que nos circunda cubierto de una nata espesa de microalgas irritantes para la piel, o la entrada de un temporal huracanado con unas lluvias torrenciales con los colectores desbordados son, entre otros, episodios posibles en las Islas Canarias. De una de manera u de otra, en su más amplia gama de manifestaciones, forman parte del calentamiento global del planeta y sus consecuencias. Las alertas (no alarmismos) al respecto deberían preocuparnos un pelín más que al resto: somos un territorio insular con una posición geográfica sensible, y además tenemos el turismo como principal recurso económico. ¿Estamos preparados para lo que se avecina? La comparecencia el jueves de los titulares de Sanidad y Política Territorial en el Parlamento, a raíz de la crisis de las microalgas, es una buena oportunidad para saber dónde nos encontramos frente al cambio climático. Hay una preocupación sobre los efectos del microorganismo para la salud. Pero también existe la incógnita (a resolver) sobre qué causalidades se están dando en los ecosistemas. Antonio Morales, desde el Cabildo Insular, lanza una acusación muy grave: la cantidad masiva de agua sin depurar que Tenerife tira al mar, frente a la política innovadora que su institución desarrolla en este sentido. ¿Quiere decir el dirigente que tras el problema de las microalgas hay un asunto ecológico que se pretende ocultar? A la pregunta deben responder Baltar y Lady en sede parlamentaria. Con el objetivo de mantener su riqueza natural y su fuente económica, a Canarias no le queda más remedio que avanzar en la obtención de datos sobre qué le depara el calentamiento. Pero hace falta una estructura permanente y científica. No vale acudir al desconcierto solo cuando aparecen bacterias, microalgas o un barco en llamas cargado de fertilizante tóxico. Ni tampoco liarla con informes y contrainformes.
