Puede ser que tras pasar esta columneja la fase de impresión los principales edificios públicos de Cataluña se encuentren ocupados o vigilados por comandos especiales de la policía. Horas antes, agentes del Estado controlaban las entradas y salidas de una imprenta sospechosa de preparar la tirada de papeletas para el referéndum. A la vez que la Fiscalía acelera el ritmo de querellas criminales contra el Govern y la Mesa del Parlament, las entidades financieras son alertadas de que en cualquier momento se puede producir un movimiento enigmático de dinero de cara a la financiación del 1-O, o bien para dar amparo económico a los protagonistas del desafío ante la necesidad de un plan B. A los ayuntamientos llega una orden tajante de Puigdemont para que ofrezcan sus infraestructuras electorales para el referéndum. El sindicato CSIF inicia una campaña para informar a los funcionarios sobre cómo deben actuar frente a una orden ilegal de los sediciosos: solicitarla por escrito y exigir la aclaración de dudas. Los letrados públicos aplastados por el procés son los primeros efectivos derrotados: el bando levantisco los ha triturado y ha redactado las normas burlándose de las garantías legales. ¡Pobres leguleyos! ¡Cúbranse! ¡Ha llegado Robespierre! ¡Es la soberanía de unos cuantos! Mientras esta columneja se perfuma de la tinta que lanza el inyector de la rotativa, uno deriva hacia la importancia de la gestualidad: la imposición de la autoridad, la seguridad rajoliana en acción, la maquinaria judicial como la gota china. A sangre fría. Recuerda uno el título de Truman Capote. Lo importante es mover los hilos igual que un teatrillo de marionetas, pero sin que las hebras acaben por romperse. Frente a la atropellada aprobación con una Forcadell llena de lagunas, la limpieza del Leviatán judicial. Somos testigos de una guerra política a cuerpo abierto.
