Es extraño pero cada vez que se acercan las fiestas del Pino siempre viene a mi memoria la figura de 'El Pacuico'. En Teror y sobre todo en el barrio de Los Llanos , Alberto 'El Pacuico' fue toda una leyenda siempre y cuando apliquemos este calificativo a una persona que se vio envuelto en todo tipo de peleas, robos y sobre todo mucho alcohol.

El Pacuico siempre aparecía días antes de las fiestas coincidiendo con la llegada de los feriantes ya que junto a otra tropa de jóvenes curtidos en mil trifulcas eran los encargados de montar las planchas de acero y hierro de las atracciones. Allí estaban ellos trabajando a pleno sol, sin camisetas y llenos de tatuajes de vírgenes, cristos y amor de madre. Era la época en la que, por supuesto, los tatuajes no eran 'tattoos' sino los signos reservados a la mala vida.

Al estar mi casa a escasos metros de la feria debía convivir con aquella particular fauna durante la primera quincena de septiembre. Lo mejor era que siempre tenía un saco de fichas para los cochitos que recibía mi padre a cambio de la carne para alimentar a los perros de los dueños de las atracciones.

Vivían y dormían en los remolques utilizados para la carga. Y cuando no trabajan, allí dentro pasaba de todo. Puede que fuera la primera vez que presencié algo parecido a una película porno cuando mis particulares vecinos se llevaron a varias prostitutas a su chozo. Para que cerrar la puerta si aquello era un horno.

Eso sí El Pacuico' se iba a su casa de Los Llanos a no ser que acabara tirado en cualquier rincón o en el cuartelillo. Desde la cocina lo veíamos pasar dando tumbos. Si se mantenía en pie era capaz de llegar. Su cerebro inconsciente podía olvidarse de muchas cosas pero no del lugar que lo vio nacer. Como los salmones que suben río arriba sorteando todo tipo de dificultades. Su río era la cuesta del barrio de El Chorrito.

Estoy seguro que en el pueblo muchos cambiaban de calle cuando aparecía, sobre todo si estaba borracho. Y era para temerlo. En una ocasión, pude ver como de un cabezazo destrozaba una señal de tráfico. Evidentemente tenía sangre que caía por su cara pero era tanto el alcohol que había consumido que apenas se inmutó.

Posiblemente, muchos de los grancanarios que suben estos días a Teror tuvieron la mala fortuna de tropezarse con él en una de sus sempiternas borracheras. Era un tipo peligroso cuando la sangre le hervía.

En mi caso, nunca tuve ese problema. Contaba con un as en la manga. Siemplemente era el hijo de Dominguito 'el carnicero'. Alberto respetaba a mi padre a su manera. Si no tenemos en cuenta las veces que metía la mano en la caja de la carnicería para `trincar' al menos cien pesetas cuando mi padre entraba en el cuarto de atrás a coger alguna pieza en la nevera. Sé que Dominguito lo sabía porque en más de una ocasión lo cogió con las manos en la masa, pero claro. era Alberto. Hasta borracho tenía un sexto sentido para saber que a Dominguito ni tocarlo.

Y es que mi padre siempre tuvo un especial tacto con aquellos a los que la vida les había conducido por los caminos más desgraciados. Si durante las fiestas del Pino todos los caminos conducen a Teror el de Alberto fue desde luego uno de los más tortuosos. A muchos de ellos siempre les dio el puchero para la sopa. "Llévaselo a tu madre", les decía.

La última imagen que tengo de Alberto no está desvirtuada por otra de sus 'templaeras'. Me acuerdo que estaba con mi padre en la puerta de la carnicería. Tras pasar junto a la Iglesia y la caja de turrones que está al lado del Bar Americano se acercó hasta nosotros. "Seguro que viene a pedirle algún duro", pensé. Pero muy serio se dirigió a mi padre. "Dominguito debería subir dos filas más de bloques a su azotea porque por ahí puede subirle cualquiera a robar". Palabra de Alberto.