Teror es Roma porque hoy todos los caminos conducen a la villa mariana, sede de la patrona de la Diócesis de Canarias, el punto de encuentro religioso de los católicos de la isla. Si vas caminando, claro, porque si vas en coche tendrás que seguir las instrucciones de la Jefatura de Tráfico y de sus agentes.

Hay carreteras que solo funcionan de ida y otras solo de vuelta durante los tres días principales del Pino: la víspera (el día de la romería), hoy (Día del Pino) y el domingo (Día de las Marías). Lo bueno de ir caminando hasta Teror desde cualquier punto de la isla es que no tienes que obedecer las señales de tráfico. Lo malo es que llegas para el arrastre y hecho un Ecce homo.

El día clave es el de la romería, tal que ayer, porque es el que elige la mayoría, sea creyente o no, para unirse a la fiesta de la romería, que tiene un origen espiritual aunque una práctica muy profana. Hoy, día del Pino, festivo en la isla de Gran Canaria, es una jornada más oficial, donde el obispo celebra una misa solemne rodeado de autoridades civiles, militares y religiosas, además de la junta de gobierno del Colegio de Abogados de Las Palmas, que va en pleno para dar fe en estos casos, nunca mejor dicho.

El Día de las Marías, que siempre se celebra el domingo siguiente al Pino, cae este año solo dos días después, el sábado mediante. Este es el Día del Pino chico, dedicado especialmente a los terorenses. Porque el día del Pino es un día que celebra toda la isla. Toda la isla cabe en Teror. Es el día de los foráneos que vienen a ver a la Virgen.

El Día de las Marías se vive de una forma más doméstica, tras la resaca del Día del Pino, aunque desde luego que no se pone el cartel de 'prohibido la entrada' a los foráneos. Los teroreses somos muy hospitalarios y buenos anfitriones. Sobre todo si el de fuera consume en el pueblo.

El día más interesante y movido de las fiestas es el de la romería, quizá porque sea paradóficamente el día menos religioso. La romería es la excusa perfecta para ir de fiesta con un pretexto religioso. En las romerías-ofrendas hay más de romerías que de ofrendas. La mayoría que acude a la romería va pensando en divertirse, en tomarse unos rones o unas cervezas, en cantar y parrandear por las calles y los bochinches que se desperdigan por todos los rincones del pueblo, incluidos los más recónditos e inaccesibles.

Todo el que puede pone un chiringuito o un tenderete en cualquier metro cuadrado que encuentre libre. Como las playas en agosto, apenas hay un solar libre para colocar la sombrilla y las toallas. Cualquier cacho de suelo sirve para levantar un puesto de perros calientes, una caseta de algodón de azúcar o una ruleta loca, y tiro porque me toca.

La romería del Pino es como la cabalgata de Reyes, pero a lo bestia, rural, rústica, bucólica, menos moderna y sofisticada, pero con más marcha. Los camellos no son comparables a los bueyes, ni las serpentinas a los jureles, pero la alegría de los niños el 5 de enero sí es contagiable a la de los adultos el 7 de septiembre. Aunque la de los niños tiene más mérito porque no necesitan ingerir alcohol para divertirse.

Desde las carretas rurales (este día también es rural la representante de la capital) te tiran almendras (con cáscara incluida) en vez de caramelos, por lo que hay que tener cuidado de que no te marque el ojo. Por eso ese día goloso los adultos se comportan como niños ante una piñata de cumpleaños en el McDonald's.

En la romería se puede merendar gratis y hasta cenar si eres capaz de rapiñar lo que regalan desde las carretas: pan, queso, chorizo (de Teror), dulces, manzanas, peras, fresas, plátanos, ciruelas, tunos, calabazas, calabacines, zanahorias, cebollas, carne de asadero y pescado de Agaete, todo ello regado de vino de la tierra, ron (de Arucas o La Aldea), cervezas, agua (de Teror, también de Firgas) y Clipper de fresa (también de naranja, pero menos).

Uno no come con caramelos,chocolatinas confites y serpentinas, como en la cabalgata de Reyes o en la del carnaval, aunque en este caso los parti- cipantes y los murgueros ha- cen sitio para otras bebidas y algunos condimentos para el condumio.

A pesar de los camellos o los dromedarios, las cabalgatas tiran de las carrozas con coches a motor. En una romería que se precie solo se admite, de manera excepcional, un tractor. Y si es amarillo, mejor. Las carretas están tiradas por vacas, bueyes y algún toro manso. La romería huele a campo; la cabalgata, a ciudad. Lo urbano está reñido con lo rústico, mucho más auténtico y natural, dónde va a parar.

Lo mejor que tenía nuestra casa de Teror era un balcón generoso, donde caían parte de los productos que tiraban desde las carretas de todos los municipios de la isla. Cuando éramos pequeños, pedíamos aguacates y nueces como los niños solicitan caramelos y pegatinas en la cabalgata de Reyes.

Los peregrinos de las carretas, los que estaban sobre ellas y los que las dirigían, se apiadaban de nosotros (no toda la ofrenda iba a ser para la Virgen) y nos bombardeaban con ciruelas y frutos secos. Cogíamos la mercancía dispersa en el balcón y nos marchábamos a la azotea a comérnosla sobre la marcha. Para abrir las almendras y las nueces robábamos efímeramente a mi madre el martillo para ablandar la carne en la cocina. A veces machacábamos tanto la cáscara que las almendras se desintegraban y se quedaban convertidas en polvillo. Así y todo las echábamos al gaznate.

Antes los romeros iban de típicos, pero de típicos pobres, es decir, auténticos. Con el tiempo se ha instalado esa moda de vestirse de canario como el que se alquila un esmoquin para la Nochevieja o un frac para la fiesta en la embajada con bombones de Isabel Preysler. No se dan cuenta que el típico típico, el auténtico, es el canario pobre. Ir de canario rico típico es impostar. Los canarios ricos no visten así, excepto en carnavales o en los bailes de disfraces. No hay nada más ridículo que un canario rico vestido de típico en vez de señorito cacique.

Desde un tiempo a esta parte también se ha impuesto (nunca mejor empleada la palabra) el uniforme de típico canario a todas las autoridades civiles que van a la romería, desde el presidente del Gobierno de Canarias hasta el alcalde del pueblo más chico, pasando por el presidente del Cabildo de Gran Canaria, consejeros, concejales y demás hierbas. A algunos les queda bien, porque tienen cara de magos, pero a la mayoría le queda ancho el disfraz. Es como cuando ves a un político como Carmelo Ramírez con chaqueta y corbata. No le pega nada. Estéticamente se ve raro, parece su hermano rico.

Tanto ellos como ellas, los representantes públicos que acuden a Teror, llevan el atuendo muy forzado, como puesto con calzador. Se ve que no lo usan en su vida, solo en casos de emergencia, como la romería del Pino, en la que las normas institucionales de la fiesta te obligan a ello. Los políticos piden entonces a sus asesores de imagen y asistentes que les procuren un buen ropaje, con el que queden muy guapos pero poco creíbles. Y ahí están, posando para el escaparate. Algunas van con la mantilla canaria como si estuvieran en el paso del Cristo en procesión por Vegueta.

Parece que estas normas de vestuario solo están dirigidas a las autoridades civiles porque las militares y las religiosas siguen la fiesta con sus ropas habituales y uniformes. Ver al obispo o al capitan general, que suelen ser peninsulares, vestidos de típicos canarios sería la repanocha. Un bochorno.

Lo peor de las carretas tiradas por bovinos es cómo te dejan luego las calles llenas de bostas. Muchos pisan sin querer esa mierda vacuna y, si no han traído zapatos de recambio, se fastidian la tarde. Por no hablar del olor nauseabundo que no se quita hasta la mañana siguiente, cuando los operarios de limpieza cumplen con su tarea.

El campo tiene eso, que en los documentales de La 2 queda muy bien llenos de animalitos. Pero una cosa es verlo por la tele, a distancia, y otra oler sus heces, pisarlas y que encima te pique un mosquito. Los cuentos de príncipes y doncellas ya se han acabado, colorín, colorado. Fueron felices y comieron perdices, aunque algunos se conforman con unas almedras crudas y unas peras de agua. Al final del cuento no siempre la calabaza de la carreta se troca en carroza de palacio. Eso va mucho más despacio.