Andaban un poco perdidos, todo hay que reconocerlo. La paralización indolente en que había quedado la vida social, económica y cultural en toda Canarias tras la guerra civil había sido rematada por la agresiva y arrasadora tempestad de la segunda guerra mundial. Nadie tenía ganas de fiestas mediando la pasada centuria en nuestra isla. Pero si tenían verdadera necesidad de sacar cuartos del torrente de peregrinos que se acercaban a la fiesta, aquéllos que durante décadas -siglos- los habían sacado a por cerones, los políticos y comerciantes de la Mariana Villa.

Rendidos en pleitesía ante Matías Vega, bajaron a la ciudad Antonio Socorro y José Hernández -cura y alcalde- a rogar soluciones que ellos no atinaban a columbrar. Y se dio un paso. Siguiendo el acierto que tres años antes -en 1945- había sido el Pregón de la Semana Santa de Las Palmas de Gran Canaria, hubo pregón también en Teror. En 1948, el terorense Ignacio Quintana Marrero, anunció así las Fiestas del Pino, pero no se consiguió lo deseado. Siendo -estoy convencido- una pieza magistral de las que tanto pudo presumir don Ignacio durante toda su vida, no llegó a convertirse ni éste ni los sucesivos pregones en sugestión de visita, ni aún menos de gasto. Entonces, como siempre, si siguió con la costumbre ancestral de la obligada visita y rapidito para casa "que madre es pobre".

Y volvieron a rogar intervenciones cabildicias los prohombres terorenses. Y volvió Matías Vega a intervenir; ésta vez encargando el tema -primer gran acierto en todo esto proceso reconversor- a su secretario personal, por entonces Néstor Álamo. Dicen que el presidente llegó a comentar que así se liberaba de la obsesiva pesadez de Álamo reclamando constantemente actuaciones en cuantas zarandajas elucubraba. Puede ser, porque obsesivo era en sobradía. Lo cierto es que el encargo lo llevó a la isla de Tenerife, donde unos años antes, habían ideado la solución de visualizar las tradicionales romerías de San Benito Abad de La Laguna y la de San Isidro de La Orotava en dos extraordinarios actos festivos de masiva afluencia y de excepcional repercusión cultural y etnográfica. Y para allá marchó Néstor. Lo que vio, pensó y escribió en aquellos veranos nivarienses recogido ha quedado en publicaciones como la que en 1913 dediqué al tema.

Lo cierto es que volvió Néstor Álamo con la maleta cargada de pertrechos y la cabeza calenturienta de propuestas.

Propuestas que con el total apoyo del Cabildo Insular y del Ayuntamiento terorense se plasmaron en lo que con el paso de los años se ha venido en convertir en el acto más definitorio de las fiestas del Pino, en cuanto las relacionan con lo folclórico, lo cultural, lo musical, lo patrimonial, se refiere?.Si no tuvo la participación completa de todos los municipios -cuyos regidores llegaban la Víspera del Pino a Teror de chaqueta negra, corbata, cachorro y hasta zapatos herrados-, si la tuvo en repercusión, que hasta en el NO-DO salió. Y la Romería-Ofrenda de aquel 7 de septiembre de 1952 salvó las Fiestas del Pino. Y con las fiestas salvó a los turroneros, los cesteros, los vendedores de mantas, los que asaban jareas o vendían voladores; que, de siempre, habían hecho su agosto en el septiembre terorense.

Valga esta introducción histórico-fiestera para apreciar lo que en justicia debemos agradecer a todos aquellos que hace casi siete décadas volvieron del revés el traje del Pino y, a la vez, perder el miedo a volver a hacer lo mismo a la vuelta de la esquina.

Porque lo inevitable es, a todas luces, coger el bisturí saneador que zaja heridas, elimina infecciones, restaña lo eliminado y hace brillar nuevamente la salud de las Fiestas en honor a la Patrona de la Diócesis y -entiendo- que también la salud de otras muchas que en la última mitad del siglo XX la cogieron como ejemplo.

Esta agobiante servidumbre a los horarios externos a la propia organización que está experimentando -sufriendo- actos como el de la Romería, debe acabar inmediatamente. El que Canarias entera se acercara a los pies del Pino a las tres de la tarde con un agobiante sol de los que rajan las piedras, con los bueyes asfixiados, los grupos cantando precipitados, los chorizos derritiéndose y el justiciero astro dándonos en el cogote, no es de rigor. Ni es festivo, ni culto ni -si me permiten- respetuoso con los miles de personas que allí se acercaron.

Con el asunto de la Romería debe tomarse, asimismo, muy en serio analizar, ver, comprobar cuanto de correctas trascendencia y consecuencias placenteras, unificadoras, aglutinadoras, creadoras de unanimidad social -lo que debe ser cualquier fiesta- tienen el Encuentro Teresa de Bolívar o la ubicación de los fuegos; la realización de las carretas o la capacidad de los aparcamientos; la elección de Romeros Mayores o la arrequintada grabación de Tenderete;??todo ello, sin acritud alguna, sólo por el bien del Pino, de la Virgen, de Teror y, en suma, del pueblo de Canarias.

¿Quién debería hacerlo? Las Fiestas de Nuestra Señora del Pino tienen un Patronato, en el que, por rigor de la propia efectividad del mismo, deben tener presencia colectivos folclóricos; grupos colaboradores como los que mantienen la bellísima lluvia de pétalos con que el Día del Pino se ve hermoseado al paso por su calle Real; fuerzas de seguridad; Patrono y Camarera; la propia Diócesis de Canarias y cuantos elementos se entiendan necesarios para dar el preciso y cabal enfoque a la operación. Y llámese como se llame? Patronato -término un tanto caduco y naftalinoso- o Sociedad de Promoción al estilo carnavalero de la capital; pero siempre con la intención de compartir y debatir los problemas del Pino y todo el inmenso y atractivo abanico de posibilidades que una mesa de discusión, conversación y debate como ésta podría dar como resultado.

Si, tal como he dicho muchas veces, la cultura es un inmenso árbol que si no tiene unos raíces bien profundas alimentadas con la savia de las tradiciones protegidas y preservadas y unas tiernas hojas permanentemente renovadas termina por morir; sírvame este ejempla para terminar.

El Pino es un pino -debe serlo, por definición y obligación-. Sus insondables raíces se alimentan de la leyenda de la aparición, de la voluntad de nuestros abuelos que construyeron la Basílica, de la solera dinástica de familias como los Dávila -fueguistas- o los Ramírez -turroneros-, de las creaciones musicales de Candidito y de Néstor,?

Sus ramas -podadas y aireadas- están en nuestras manos. Una poda necesaria será atajada y cicatrizada inmediatamente por la resina de la tea interior -custodia y guardiana de siglos de hábitos y usanzas-. Y ya está el árbol del Pino preparado para seguir por siglos recordándonos la razón que motivó a nuestros abuelos a vivir y festejar en Teror.

Y en esto como en todo no hay que poner más que voluntad. El resto lo hace el pueblo.

¡¡¡Felices fiestas del Pino!!!