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OPINIÓN

"Sin renunciar a nada"

El 'procés' de los independentistas catalanes se ha convertido en un drama jocoso que hace reír y llorar. La creatividad jurídico-política de sus mentores, que retuercen a gusto y medida todos los fundamentos de la democracia, es un episodio risible para cualquiera que no esté implicado ni sea un convencido en origen. Pero da ganas de llorar el unánime rechazo nacional e internacional por las personas e instituciones responsables de las leyes que respaldan las libertades. Llorar por las pretensiones sediciosas y por el ridículo de los sediciosos, cuyo recorrido se acorta un día tras otro. Después de envilecer los contenidos de la convivencia democrática en auxilio de su proyecto, los penosos líderes machacan las formas en un parlamento al que atribuyen poderes dirimentes y/o constituyentes por encima del mismo compromiso que lo ha creado. Si no es alta traición solo puede ser un disparate sainetero.

Las sesiones consumadas en el Parlament a impulsos de un fanatismo incompetente, señalizan el riesgo de la involución bananera. Los fanáticos no representan ni a la mitad de los catalanes ni respetan los estados de opinión pulsados por su propio aparato demoscópico. Silenciosa, o no, la mayoría social presencia un trágala que no la respeta. La antitética mayoría parlamentaria que pugna por la escisión quiere aprovechar a cualquier precio una oportunidad que no volverá a tener, y en ese propósito da cabida a la pseudolegalidad que inventa y perpetra. Son páginas negras que los catalanes y todos los españoles querremos olvidar cuanto antes por pura higiene mental.

Un millón de veces han repetido el presidente Rajoy y sus ministros que "no habrá referéndum". Ya es imprescindible que lo cumplan si quieren evitar que un problema local, el de Cataluña, se haga estatal. La confluencia de las fuerzas políticas del llamado grupo constitucional es imprescindible no solo en la apelación a los tribunales sino en la acción directa, todo lo serena y proporcional que se quiera pero con el principio de 'tolerancia cero' al separatismo. Cuando Rajoy explica sus medidas, repite que no renunciará a ninguna. La fe nacional, sentimiento inclusivo, solidario y convivencial más allá de las naturales diferencias, caería en grave crisis si se agrieta el concepto de nación sin diálogo -nunca bajo amenazas- y con alternativas de ruptura que es preciso neutralizar antes de abrir el gran debate de la forma de Estado para una actualización constitucional consensuada.

La Cataluña separatista está bajo mínimos en crédito político internacional, unánime en negarle siquiera un atisbo de respaldo, y en crédito financiero. Los mismos que hoy claman por la independencia son los que han saqueado al pueblo con la corrupción "ejemplarizada" desde la propia cabecera del poder, y los que han convertido en bonos basura las emisiones de deuda pública. Son espejo del más genuino bananerismo, incluyendo el autoritarismo presenciado por todo el mundo en la imposición parlamentaria de las sedicentes 'leyes' del referéndum y su convocatoria, la de transitoriedad a la república, etc.

Pero esos catalanes no son todos los catalanes, ni siquiera una mayoría real. Rajoy no renunciará a nada y bien puede hacerlo, porque los españoles no renunciamos a Cataluña.

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