Querido amigo: En el pequeño mundo de cada uno, cada cual tiene una historia que contar con sus aciertos y desaciertos, amores y desamores en este devenir de nuestra breve existencia.

Enrique era un muchacho tranquilo que desde los catorce años se había enamorado de Lola, una linda muchachita que vivía cerca de su casa. Él nunca fue capaz de decírselo y, después de algunos años, Lola se casó con un peninsular que había venido a hacer el servicio militar a Canarias. A pesar de todo, Enrique nunca la olvidó, y hasta se casó con una mujer que se parecía físicamente a Lola.

Fueron pasando los años y un día Enrique se enteró de que Lola había enviudado y, al poco de saberlo, decidió separarse de su mujer. Pero, al contrario de lo que se podría esperar, Enrique siguió sin relacionarse con Lola, que no supo de sus sentimientos amorosos hasta poco después de que él falleciera.

Dicen que el verdadero amor es el no correspondido, como el de Enrique, que prefirió guardárselo en secreto durante toda la vida.

Y es que los sueños solo son sueños cuando no se pueden alcanzar, y el amor es más amor cuando lo imaginas, porque en la imaginación no existe más dolor que el que puedas soportar ni más placer que el que seas capaz de imaginar.

En la vida real las cosas empiezan y acaban, Gregorio, pero es en la imaginación donde todo tiene una dimensión infinita.

Septiembre es el mes más luminoso del año, y en el color y el dolor de sus hojas amarillas y magenta se esconde la añoranza del último verano con un cierto sabor agridulce. Es el sabor de la vida que nos enseña que nada es del todo blanco o negro y que nos hace valorar las cosas tal cual son, con sus virtudes y defectos, que es con lo que se construye la verdadera realidad.

Nostalgia, quizá, "de lo que pudo haber sido y no fue", como decía aquel bolero que cantaba Antonio Machín en los años cincuenta, pero tampoco po-demos juzgar "lo que hubiera sucedido de no haber sucedido lo que sucedió...", y esta última reflexión se la debemos nada menos que a tu tocayo D. Gregorio Marañón.

Pero es septiembre y este mes llega el otoño con las higueras cargadas y de las parras cuelgan racimos de uvas doradas en una muestra más de la generosidad que nos regala la naturaleza.

Y si el verano es de locos, el otoño nos devuelve al reposo de un tiempo que madura despacio, para que luego sea el invierno el que nos arrastre en su vendaval de agua y viento hasta borrar la memoria y comenzar de nuevo con la promesa de la estación florida.

No hay nada más hermoso que la esperanza, Gregorio, eso que ves en los ojos inocentes de un niño y en la mirada serena de un viejo.

Un abrazo, amigo, y hasta el martes que viene.