La semana pasada leyendo un artículo del maestro Arturo Perez Reverte titulado "España es culpable" se me ocurrió bucear un poco en la idea. Ante todo debo reconocer que cuando leo a Pérez Reverte mis neuronas se excitan de tal forma y manera que me tengo que contener para no liarme la manta a la cabeza y arremeter contra tanto cantamañanas que campa a sus anchas.
Al igual que él, el 1 de octubre estaré de viaje para no tener que zamparme una tortilla de tranquilizantes ante la que se avecina como colofón de una política errática en busca de una identidad fabricada a medida de unos intereses espurios por aquellos que han demostrado que España les importa muy poco.
Después de 40 años de democracia no sé qué ha podido ocurrir para que la derecha de este país vaya pidiendo perdón por el mero hecho de serlo y, lo que es peor, intentar disculparse; por su parte la izquierda no ha sabido entender que España y su bandera son tan suyas como la del que más.
Reconozco que lo de dedi-carse a la política requiere de una pasta especial porque para ver a los independentistas catalanes retorcer la historia hasta que confiese lo inconfesable se necesita una paciencia infi-nita y una conllevancia incalculable para que no te lleven los demonios.
Solo nosotros, los españoles, somos los culpables del chan-taje siniestro o, debería decir económico, que una burguesía insaciable ha pergeñado con la colaboración de una izquierda radical que se ha creído la sarta de mentiras que les han contado.
Es impresentable que nuestros gobernantes hayan cedido al chantaje educativo al que han sometido a varias generaciones, por aquello del que dirán que esconde sólo una cobardía y, en esto incluyo también a la izquierda: llamando fascistas a unos y vaya usted a saber qué a los otros.
"Una nación no se pierde por los que la atacan, sino por los que la aman y no la defienden", Blas de Lezo.
