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Tropezones

¿Lemmings suicidas?

Los lemmings son pequeños roedores del tamaño de los conejillos de Indias, de un aspecto de suave peluche cuya lustrosa piel marrón y amarilla invita a ser acariciada.

Pero la fama de estos animales no les viene de su atractivo y brillante pelaje sino de su supuesta afición a suicidarse masivamente. Este es un mito cuyo arraigo le hemos de agradecer a Walt Disney, que nos muestra en uno de sus documentales sobre la naturaleza cómo una columna de lemmings se despeña por una ladera sumergiéndose en un río. En realidad la escena nos oculta que el volquete de un camión cargado de dichos animalitos los descarga violentamente sobre la pendiente hacia el río. El valor documental se me antoja bastante escaso, habida cuenta que los lemmings no iban en peregrinaje por voluntad propia, sino que fueron capturados y amontonados para la escena, que no debió salir barata, pues cada ejemplar apresado se pagó a 1 $ la unidad.

En realidad, la dimensión mítica de los lemmings y su proliferación súbita e invasiva, cuya consecuencia directa es una emigración masiva y aparentemente atropellada, viene motivada por su particular y explosiva demografía. La desmesurada fertilidad de la especie, y los rigores climatológicos de su hábitat, la tundra ártica, condicionan las colosales desproporciones de su población. No es raro que una población controlada, con un ciclo invernal normal, con sus madrigueras de cientos de kilómetros protegidas por un manto de nieve, se multiplique por 300 en la siguiente estación con distintas condiciones vitales.

Ello ha contribuido a leyendas populares, como la que aseguraba en el siglo XVI que la aparición de tantos lemmings se debía a que venían llovidos del cielo. En realidad, esa superpoblación ocasional de la especie está en el origen de las súbitas migraciones, las espectaculares procesiones de estos roedores. Pero no hacia el suicidio y su perdición, sino a zonas más hospitalarias, normalmente hacia el sur, que garanticen una alimentación suficiente para su subsistencia. Una seña de identidad de dichas migraciones es precisamente su obsesiva marcha lineal, como guiada por una brújula, sin consideración a los accidentes naturales del terreno, barrancos, ríos o acantilados. De ahí la impresión de un disparatado empeño por suicidarse al no siempre poder superar los obstáculos geográficos.

En resumidas cuentas, la imperiosa motivación de las extrañas migraciones no es la de perder la vida, sino todo lo contrario, de salvarla buscando mejores condiciones en otros parajes.

Creo que el fenómeno es fácilmente comprensible, si lo comparamos con las migraciones del hombre, como la emigración a América huyendo de las hambrunas del viejo continente. O las temerarias travesías actuales de las pateras de los africanos buscando mejorar sus condiciones de vida en el refugio europeo, y cuyo inmenso peligro las hace fácilmente equiparables a los éxodos presuntamente suicidas de los lemmings.

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