El último año en que Canarias registró pleno empleo (es decir, una tasa de paro inferior al 5%) fue 1973. Ha caí-do calima desde entonces. Más de cuarenta años. Y aun había que matizar que esos felices años de un desempleo inexistente (apenas la década que se extiende entre 1963 y 1973) "apenas fueron un paréntesis precedido por las consecuencias de la Guerra Civil y seguido de un larguísimo ciclo de desempleo que se extiende hasta nuestros días", como advierten Dirk Godenau y José Luis Rivero Ceballos en un espléndido artículo. Des-de 2007 supera el 10%, y después de unos años terribles, los más duros de la crisis financiera y económica, se sitúa ahora en el 26,3% de la población activa aproximadamente. Nos hemos acostumbrado tan intensamen-te a esta situación calamitosa que casi nadie la describe como lo que es: una endemoniada patología laboral, una señal evi-dente de un fracaso político y social, un lacerante problema en el presente pero una amenaza destructora para el futuro, una bomba explosiva adosada al desarrollo del país. La incapacidad para mantener un crecimiento económico du-radero (y no los empujones del PIB que no se prolongan nunca más de cinco años) y de alcanzar una tasa de desempleo tolerable, con lo que significaría de buen estado de salud del consumo interno, conducen a un paro estructural que, a su vez, se convierte en un lastre insoportable para un crecimiento económico continuado? En ese círculo vicioso se desenvuelve la economía canaria desde que el turismo y la construcción mataron el hambre, pero también agusanaron cualquier estrategia de crecimiento sostenible.

No, no tengo la fórmula para salir de esta. Pero quizás valga la pena aprender de las experiencias pasadas. Hace unos días la ministra de Empleo, Fátima Báñez, y el presidente del Gobierno de Canarias, Fernando Clavijo, rubricaron la resurrección del Plan Integral de Empleo, dotado con unos 42 millones de euros. El PIEC formó parte durante años de la maravillosa cornucopia de inversión y gasto que, gracias a los acuerdos de CC, los gobiernos españoles -en especial el que presidió José María Aznar- arrojaban sobre Canarias. ¿Cuánto sumaron los sucesivos Planes Integrales de Empleo a finales del siglo pasado y principios de este? ¿Unos 120 millones de euros tal vez? ¿Qué impacto consiguió esta monstruosidad de pasta en el mercado laboral canario? Pues ninguno. Absolutamente ninguno. El presidente Clavijo asegura ahora que el PIEC -una de las contraprestaciones al apoyo a la investidura de Mariano Rajoy- creará empleo de calidad en el Archipiélago. A la mayoría de los economistas se les antoja harto improbable. En general es más bien estéril mejorar la empleabilidad de los demandantes de trabajo si no existe nadie que los emplee. El PIEC se convertirá, probablemente, en un instrumento para repartir empleos fic-ticios a parte de los muy reales parados de larga duración, cerca de 130.000 isleños que se han quedado excluidos del mercado laboral. Pero se trata de un parche. El PIEC, en realidad, no es un plan de empleo. Es un conjunto de subsidios que solo tendrán un efecto de lenitivo. Claro que peor es nada, pero ni de lejos puede calificarse como una palanca válida para transformar las condiciones laborales en Canarias.