La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Javier Durán

RESETEANDO

Javier Durán

El pirómano

Todos sabemos que para provocar el mal a lo grande no hace falta una gran organización ni tampoco unos conocimientos elevados: lo puede hacer una persona anónima, cualquiera que lo desee. Hanna Arendt escribió sobre el simple funcionario que atiende las órdenes superiores de una ideología, y que con su obediencia provoca un desastre que deja atónita a la humanidad. Puede ocurrir lo contrario: que el empleado no acate las normas y que sus frustraciones personales contaminen su función profesional. Algo de esto último ha ocurrido con el ejecutor de la mayor catástrofe medioambiental de Canarias, un incendio -en 2007- que arrasó unas 19.000 hectáreas, afectó a cuatro espacios protegidos y determinó la evacuación de 4.500 personas. La semana pasada, durante el juicio, pudimos ver el rostro del culpable y conocer su arrepentimiento. En el momento de los hechos, Juan Antonio Navarro, vigilante forestal contratado, creía que su empleador no le iba a renovar y tomó la decisión más dramática: sacó un fósforo, lo encendió y lo lanzó sobre la pinocha. Empezaba de una forma tan absurda un suceso que sólo en indemnizaciones alcanza los 17 millones de euros. Los pagarán entre el Cabildo y el Gobierno de Canarias. El pirómano pensó que con su acción delictiva mantendría su puesto de trabajo, un maquiavelismo primitivo, rural, que se despoja de todas las consecuencias para ceñirse a la supervivencia más egoísta del delincuente. A la vista de los efectos devastadores del incendio cabe preguntarse si corresponde o no aceptar el perdón del exvigilante. El indulto le ha sido negado por querer "causar el mayor daño posible", pero él, en vista oral, reclama la benevolencia de los ciudadanos, de las autoridades, para que comprendan por qué tiró la cerilla: es decir, para que asimilen que su situación personal era más relevante que la gran masa vegetal que su intencionalidad se llevó por delante. ¿Está usted dispuesto a solicitar clemencia para el autor de un fuego que desató la furia de las llamas, que machacó la sostenibilidad, que desalojó a miles de personas de sus casas, que calcinó bienes y animales? Todo ser viviente tiene derecho a corregir el camino de su vida, a conseguir la rehabilitación, a mirar un fósforo y desviar la vista hacia la belleza de la Cumbre, a huir de las reflexiones más oscuras, a salir despavorido cuando la inquietud señala la comisión de una apoteosis inflamada de maderas y pastos ardientes... Cabe, por supuesto, la salvación. Pero ello no quita ni borra la magnitud del asombro que produce saber que todo esto ocurrió por la necesidad de conservar un puesto de trabajo. Dado el caso Navarro, no hubiese estado de más que un superior suyo hubiese detectado las inclinaciones pirómanas del vigilante forestal. Lo mismo llevaba desde hacía semanas mascullando sus deseos de venganza, aunque de ello hubiese resultado difícil concluir que se preparaba para cambiar el sentido de su función como trabajador: en vez de apagar, incendiar. Se le han tenido en cuenta varios atenuantes para rebajar la pena, como confesar antes de la causa penal el lugar exacto donde prendió la pinocha. Pese al motivo de la pérdida de empleo, sigue siendo un misterio, una laguna, de dónde sacó el impulso para desatar una hoguera que convirtió en un cráter los altos de la Isla.

Compartir el artículo

stats