La Provincia - Diario de Las Palmas

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Aula sin muros

Los turistas que nunca duermen

La moda de viajes de la clase media y media alta argentina, donde me encuentro, consiste en agarrar un paquete turístico, de los muchos que ofrecen las agencias, y viajar a Europa en un periplo de 15 días. Después de mal dormir por efectos del jet lag, uno o dos días de visitas rápidas de interés en la primera ciudad de destino, se acuestan sabiendo que, al otro día, les despertarán de madrugada. Toman un avión o guagua hasta llegar a un nuevo destino donde vuelven a desandar maletas, a la carrera, porque hay que almorzar o cenar para realizar la visita panorámica a la ciudad. Luego más visitas detrás de un o una guía, pañuelo de color o banderita en ristre. Almuerzos o cenas en restaurante de comida típica y tiempo libre para callejear sin dejar de gastar las cintas magnéticas de sus tarjetas de crédito. A todas estas es posible que, después de haberse hecho un hueco, antes de que lo atropelle el gentío que busca lo mismo, hacerse un selfi o foto, solos, con vistas al mejor ángulo, ya estén mandando la imagen a miles de kilómetros de distancia para que lo vean y envidien familiares y amigos. Todo esto sin abandonar su inseparable apéndice de celular o smartphone que no han dejado de teclear hasta que la azafata, desde el aeropuerto de origen, anuncia que deben apagarlo porque van a iniciar el despegue. Atraviesan, de vuelta, el Atlántico en un avión atufado de humanidad, bolsas y equipaje de mano donde, muchos, dicen que han sido las únicas horas en las que, unos con turbulencias y otros sin enterarse, han dormido las mejores seis horas de todo el viaje. Luego, en juntas de mates, asado, picada y vinos, muestran cientos de fotos y selfis junto a la Alhambra de Granada, la Giralda de Sevilla, la Torre de Pisa o la gran explanada del Vaticano con la catedral de San Pedro al fondo. Canarias no se ofrece, por lo general, en el paquete turístico. Pregunto a la dueña de una agencia de viajes del paseo y calle de Rivadavia de Quilmes y me dice que resulta muy caro. Que sale más barato incluir a las capitales bálticas o una ciudad nórdica que viajar a Puerto de la Cruz o Maspalomas, no digamos algunos de los bellos lugares de las islas menores. Entre medias comentan qué de cosas lindas vieron y cómo es el carácter de la gente cuando solo hablaron con el recepcionista del hotel, el camarero, quien le vendió una joya o baratija turística, un conocido paisano del lugar o lo que les informaba el o la guía, atento como en cualquier parte del mundo, a cuál será la calidad de la gente a su cargo en base a la propina final que aflojen. Se ha perdido la capacidad de atender y disfrutar, con paciencia, la curiosidad de un niño o la aventura de vivir cada día, de una bella arquitectura, una pintura de museo o un hermoso paisaje. Recuerdo la cara de desencanto que puso una pareja de turistas españoles, llamados a toda prisa, por el guía, a montar en la guagua y seguir la ruta cuando nos vieron, a mí y una pareja con la que viajaba, ascender por una montaña hacia un ventisquero desde donde se contemplaba un paisaje soñado en uno de los cientos de lagos de las Rocosas canadienses. "¿Y vosotros con quién viajáis?", me preguntó. "Viajamos en auto de alquiler por nuestra cuenta", le respondí. Pero esta forma de viajar, masiva, impersonal, apurada no es privativa del país donde ahora es invierno austral sino de otras muchas latitudes, que son miles, las que se publicitan en agencias de viaje, televisión e Internet. Ya hace unos años en una visita a las ciudades de Pompeya y Herculano renuncié a una visita guiada, pernocté en un hotel barato del lugar y, muy temprano, a la mañana siguiente, con un buen libro de guía en las manos, recorrí, con detenimiento, el anfiteatro, la casa con el fresco del díos Príamo pintado en la pared y uno de los cubículos donde los hombres iban a desfogarse con las suripandas de la ciudad. Según la Organización mundial del turismo, en 1950, se registraron 25 millones de viajes turísticos en el mundo, en 1970, 250 millones, 536 en 1995 y en 2016 fueron 1.235 millones. Sin necesidad de ofrecer datos exactos de porcentajes la proporción ha aumentado, al paso de los años, de forma descomunal. Pero el turismo masivo tiene, en la actualidad, un efecto negativo del que ya se quejan habitantes y vecinos de grandes ciudades o lugares recónditos donde vivió un artista famoso, se le ha concedido la categoría de pueblo pintoresco o se encuentra al borde de un paraje natural. "No hay quien camine por las calles a ciertas horas", comentan algunos y playas, como las nuestras, en tiempos pasados, con poca gente o casi nadie, hoy están atestadas con gente del lugar o turistas continentales, en invierno, sembradas de cuerpos nórdicos que vienen a las islas para invernar al sol. En los últimos tiempos empresas y mayoristas vienen ofreciendo la posibilidad de que también visiten, en auto de alquiler o guaguas, parejas de cumbre y montaña que convierten senderos de la Caldera de Taburiente, el pie del Teide o el Roque Nublo en una calle comercial de ciudad en el que hay que apartarse para poder pasar.

Lejos queda el tiempo en que viajé con un turista, mejor viajero, una mañana de primavera de 1960 en uno de los "piratas" de la época desde Las Palmas al bello pago frondoso y pueblo de mis orígenes de Fontanales. Al adentrarnos en el bello paraje y ascender por una carretera, sin enchinar, entre otras razones porque la vieja "maquina china" no daba avío, en el bosque de la antigua montaña de Doramas, no cesaba de proferir a los viajeros "comme la Suiza", como la Suiza, del que solo habíamos oído hablar por la famosa marca de relojes de pulsera que se regalaban, como un lujo en fechas muy señaladas o regalo de bodas a los novios. Resultaba ser un auténtico viajero de los pocos que se atrevían a montar en los transportes públicos de la época y llegar a un lugar sin saber, con exactitud, desde dónde y cuándo volver a la capital. Al preguntar qué coches u hora de salida había en el pueblo para la vuelta y escuchar que el próximo saldría a las seis y media de la mañana siguiente, sin inmutarse, dijo algo así como "ah yo promener". Como yo era el único que sabía algo de francés porque lo estudiaba en el curso de Humanidades dije que quiso decir "andando". Los demás no salían de su asombro y uno de ellos apagó el cigarro en el vidrio de la ventanilla y dijo: "Este choni está loco".

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