La Provincia - Diario de Las Palmas

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La rueda del navegante

El caso de la hemofilia

Un día del pasado mes de febrero del 2004 recibí una llamada de un yate que desde el puerto de Mindelo, en la isla de Sao Vicente, (Cabo Verde) se dirigía hacia Trinidad. Omito el nombre del barco y de sus tripulantes por razones que comprenderán al leer esta nueva historia.

Esta embarcación, de unos 14 metros de eslora, iba tripulada por dos personas; el patrón, un italiano, y un español de unos 21 años e hijo del propietario que los esperaba en la isla caribeña.

El viaje se desarrollaba con total normalidad y en los comunicados diarios se les oía felices y contentos. Al tercer día me avisan de un serio problema, que si a los demás nos puede parecer nimio, no así lo era para estas personas.

Me comunican que se les había roto la nevera y que pensaban regresar a Mindelo a repararla. Les comenté que la cosa no era para tanto y que el dar la vuelta les iba a resultar muy penoso por el mar y viento de proa que se iban a encontrar. Me dijeron que no había más remedio que hacerlo pues el chaval joven estaba enfermo. Inquirí, por su padecimiento,que sí era muy urgente y que podía evacuarlo por otros medios. Al final, me confesó el interesado un poco cohibido que padecía de hemofilia desde los cinco años más o menos y que al romperse la nevera, el medicamento que tenía que estar conservado entre los 4 y los 8 grados centígrados, se le podía degradar y por tanto su eficacia sería nula.

Solicité inmediatamente el nombre del producto y la dirección del laboratorio farmacéutico que lo elaboraba. A pesar de la hora, más de las 22. 00 horas, y después de dar muchas vueltas telefónicas por toda Cataluña, conseguí dar al fin con el médico o farmacéutico de esta firma fabricante, a quien pedí disculpas por la urgencia del caso y la hora. Muy amablemente me dijo que, efectivamente, si el medicamento no se conservaba a la temperatura indicada en el prospecto no serviría para nada.

Heme aquí con una asombrosa e inaudita emergencia por causa de una simple y puñetera nevera estropeada.

El problema era que esta medicina, que es carísima, se la tenía que inyectar diariamente y máxime si recibía un golpe que le produjera el más leve hematoma superficial, cosa normal en un velero en que está uno recibiendo tortazos por todos lados.

En vista de que no prosperaban en su regreso a Mindelo, el ya nervioso y asustado muchacho me pidió ser evacuado. Inmediatamente comuniqué lo sucedido a Salvamento Marítimo de Las Palmas, quien por los canales habituales localizó muy diligentemente un mercante que se dirigía hacia Europa. Cuando el mercante desviado por este lance estaba al lado del yate y listo para la evacuación, desistió nuestro personaje de hoy, por lo que yo mismo así se lo comuniqué al citado barco; suavizando el tema y diciéndoles que el problema había sido subsanado y, por supuesto, agradeciéndoles su interés y pidiendo disculpas por el tiempo perdido. ¡Vaya cabreo me agarré!

Para una operación de tal envergadura, se monta un pollo de mucho cuidado, sin contar los perjuicios que ocasiona y, sobre todo, el temor de que en una próxima ocasión la disposición y entusiasmo de otros posibles rescatadores no sea tan grande y eficiente. Esto no se puede hacer nunca. Si pides ayuda te vas con todas sus consecuencias; el Atlántico no es el metro de una ciudad, ni hacer dedo en una carretera.

Pero en estas situaciones hay que ser muy cauto y sensible, trascendía en el parlamento con el chaval, que estaba muy nervioso y sobre todo indeciso por su preocupante situación. Además, ya habían dado la vuelta con nuevo rumbo otra vez al Caribe.

Dos días después de esta frustrada evacuación, me vuelve a llamar y me solicita el ser rescatado. "Ahora, le dije muy seriamente, si te evacuamos te tienes que ir vaya el barco donde vaya, piénsalo muy pero que muy bien y me avisas dentro de media hora o más, cuando acabe la comunicación con los demás barcos. Ten en cuenta que desviar un barco mercante cuesta mucho dinero. Toda la tripulación tiene que estar en cubierta y un bote salvavidas preparado aunque tú lo abordes con tu dingui".

Al patrón no le importaba continuar el viaje solo, así que después de pensarlo bien el chico me confirmó su deseo de marcharse. Volví a solicitar a los asombrados y confundidos muchachos de Salvamento Marítimo una nueva evacuación y les expliqué la situación de miedo que tenía este chico y que le producía una inestabilidad e indecisión muy comprensibles, pero ya le había advertido que ahora se marchaba o no había más barcos. Esto era muy serio y no se puede estar desviando a barcos alegremente por muy grave que sea la cosa si luego no se utilizan.

Se localizó un barco de bandera inglesa de unas cien mil toneladas, con tripulación de rumanos y búlgaros, que se dirigía hacia Fortaleza en Brasil. Le dije que se pusiera guantes y ropa acolchada con toallas para evitar los tortazos al subir por la escala del barco que se bambolearía ostensiblemente.

La evacuación fue por la noche. Se acercó el personaje en el dingui a la escala del práctico que pendía de aquella enorme mole de más de cinco pisos; una vez aferrado a dicha escala, soltó el dingui a la deriva que fue recogido por el compañero solitario que quedó en el yate. El mercante arrumbó nuevamente a su destino. La medicina que llevaba el chico la puso inmediatamente en la nevera del barco y pudo seguir inyectándosela hasta la arribada al puerto mencionado. Fue magníficamente tratado por una tripulación que se desvivía en atenderlo y darle lo mejor de todo en la confortable seguridad de un barco de 280 metros de eslora.

Pero Brasil es Brasil, sus corrupciones y reinos de taifas. Al llegar a Fortaleza, como hay piques entre Aduanas, Policía, Capitanía Marítima, Sanidad, etcétera, están haciéndose la puñeta unos a otros. "Si yo no voy primero no puede subir nadie" y así, unos por otros, me tuvieron a este chico tres días en el fondeo.

Nuestras gestiones con la Rueda brasilera no fueron nada eficaces y eso que llamaron al director del puerto explicándoles lo sucedido para que ayudara a este muchacho nada más llegar. Nada, no hizo nada en absoluto. Al final, y gracias a la diligente intervención del vicecónsul de España, fue autorizado a bajar a tierra previo pago de 500 dólares a la lancha que lo desembarcó. De aquí a Río y luego vuelta a Caracas y Cumaná, donde lo esperaba su preocupado padre.

La carta que le puse por Internet al gobierno brasileño y al Jornal Do Brasil es impublicable.

Varios días después el chico viajó a Trinidad, en donde se encontró con el barco y el amigo que dejó solo. El viaje fue complicado y penoso, pues se le rompió el timón automático a poco de dejar al chico en el mercante, pero al final todo acabó bien para el enfermo que era lo más importante.

No sé qué hubiera pasado si espera dos días más a ser evacuado, o si se le acaba la medicina en el fondeo de Fortaleza, a la espera de las disputas idiotas entre burócratas incompetentes. ¡Me da horror pensarlo!

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