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Javier Durán

RESETEANDO

Javier Durán

El rey emérito levanta el dedo

Ataviados con la pelusilla de la desintegración de España, con Rajoy inclinado sobre un caldero donde revuelve las mejores y peores pócimas para Cataluña, va el Rey emérito y nos da un susto en positivo: a sus 79 años se convierte en campeón mundial de vela, pese a los estragos de sus caderas. Esta victoria otoñal, de jubilado de oro en vigor, no sólo es un ejemplo para los que se abrazan al escepticismo ambiente por el noticiario nacional de los sediciosos, sino que resulta un acicate para elevarle a Juan Carlos I una consulta en privado sobre cómo no despelotar la nación. Fluye de este trofeo ganado en Canadá por el ex la esencia de un país que burla la edad, con una población que intenta alargar su ciclo vital tanteando la sincronía entre la orden cerebral y la actividad física. Dicen mentes en clavicordio que se extiende entre las rectitudes argumentales de Puigdemont y Rajoy cierto ancien régime franquista con la levadura fraguista de la calle es mía, pero se olvidan ominosamente del nieto regatista de Alfonso XIII. Juan Carlos I, machacado hasta la saciedad y censurado sin decoro por sus copulaciones, se erige en situación de caos para hacer patente que él es un héroe contemporáneo: saltó la empalizada del mortis de ETA; superó el bunker de los nostálgicos del falangismo; desatascó el proceso con Suárez y la legalización del PCE; escapó loco -con todas las dudas que se quiera- al 23-F... No hay cintura política comparable a la suya en este país. Desde su Bribón, este emérito aislado, fumigado de todo fasto que se precie, descompuesto por la voracidad de un yerno, inicia con su triunfo deportivo una marcha napoleónica (o camaleónica) para ponerse en valor y demostrar que embridar España no es cualquier cosa, que puedes acabar siendo uno de esos personajes de Los caprichos de Goya. Él lo puede contar, aunque sea navegando a lo Conrad.

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