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Cartas a Gregorio

Manuel Ojeda

El cielo de las mascotas

Querido amigo, ¿cómo será el cielo de los perros, Gregorio? Porque supongo que no puede haber un infierno para los animales. Si acaso irán al purgatorio por ser glotones, pero ni siquiera de eso pueden ser culpables.

Mi perrita, por ejemplo, no hace otra cosa que intentar agradar, y si a veces ladra es porque somos nosotros los que nos portamos mal con ella y, además, enseguida nos perdona y lo demuestra moviendo el rabo amistosamente.

Me pregunto, Gregorio, có-mo sería el mundo si los humanos nos comportásemos como los animales, es decir, sin rencor ni mala intención y solo pensando en cómo complacer a la gente.

El Génesis dice que Dios nos ha hecho a su imagen y semejanza, pero estoy por asegurar que ese Dios tiene pelo y cuatro patas como mi perro, o como el inolvidable burrito del que nos hablaba Juan Ramón Jiménez en su libro Platero y yo, del que se acaban de cumplir cien años de la primera edición.

Nosotros también nacimos con cuatro patas, pero en algún momento decidimos andar solo con dos, seguramente para poder manipular con las otras dos. Tampoco parece que nos guste mucho tener pelo, sobre todo a los hombres, que cuando no es porque nos afeitamos es porque se nos cae hasta dejarnos calvos.

Sin embargo, la mayoría de las mujeres suelen mostrar una larga cabellera. Será por eso que se parecen más a Dios que nosotros.

¿Sabías que los perros tienen cosquillas? Pues sí, no se ríen a carcajadas como nosotros, pero tienen las mismas reacciones cuando les rascas la planta de la pata.

Siempre se ha dicho que las personas que tienen cosquillas son las más cariñosas, y debe ser verdad porque mi perrita Wifi es de lo más cariñoso que te puedes imaginar.

Ya sabes que reírse es muy saludable y que por eso han inventado los tratamientos de "risoterapia", una técnica psicoterapéutica que mejora la salud.

Habría que inventar ahora una máquina de hacer cosquillas. ¿Te imaginas, Gregorio? Solo tendríamos que tumbarnos y conectar con la máquina para partirnos de risa. De todas formas hay quien con poco se desternilla y, por ejemplo, no hay nada más cómico que ver a alguien que tropieza y se cae. Da pena pero, a pesar de todo, te puedes tronchar de la risa.

Por cierto, los perros no se caen. Los animales nunca se caen y será seguramente porque tienen cuatro patas. A ver si nos hemos equivocado los Homo erectus.

También los animales corren más rápido que nosotros, por lo que no te extrañe que ahora que todo el mundo tiene prisa nos hagan andar a cuatro patas. Seríamos más rápidos y más felices porque entonces sí que podríamos espatarrarnos de la risa.

En fin, que hay que tomarse la risa en serio si queremos ser felices... y merecernos también un cielo como el de las mascotas.

Un abrazo, amigo, y hasta el martes que viene.

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