La verdad es que se ha establecido una nueva exclusión: los que intentamos por todos los medios a nuestro alcance no escribir del referéndum. Y así y todo, la resistencia suele ser superada, por lo que acabas haciendo encaje de bolillos para esparcir unos párrafos de los que te preguntas si son una novedad, o más bien repiten lo que han dicho otros, o son una parte del compost que se ha montado desde que comenzó esto de apuntalar una nación. ¡Silencio! Esto sería lo ideal. Una paz que nos permita (o les permita) afrontar con clarividencia el punto al que se ha llegado. Nadie apostaba hace unos meses que la tensión dialéctica acabaría materializándose en la práctica, hasta el punto de que un dispositivo de seguridad sin precedentes tuviese preparado un plan para afrontar una escalada de disturbios callejeros el 1-O. No sabemos si algo similar a lo que antes se venía llamando algo así como una guerra de guerrillas urbana. El punto final, la cercanía del mismo, se escenifica desde las cadenas de televisión con un suspense cinematográfico sin contemplaciones, sobre todo para la angustia de una generación de españoles nacidos en la posguerra que no entienden qué sucede. Igual que en otro momento histórico, como en la agonía de la II República y las consecuencias nefastas del golpe de Estado del 36, hasta la mentes más preclaras parecen ser arrastradas por la toxicidad que difumina el nacionalismo, tan ideal para crear bandos a favor y en contra. Muchos han entrado en el juego de posicionarse, pero no es ahora la urgencia. ¿Es qué va a ocurrir lo mismo que con Unamuno en el Rectorado de Salamanca? Sacudido por la izquierda por su error franquista en el principio de los principios, y hostigado por la derecha por desdecirse. Ya hay un colectivo amplio de personas en Cataluña que viven en un exilio interior. Irá a más.
