De entre todos los espectáculos -algunos de los cuales realmente bochornosos- a los que estamos asistiendo estos días en Cataluña, me ha llamado sobremanera la atención lo que ocurrió el pasado viernes en la Universidad Autónoma de Barcelona. Allí, un grupo de jóvenes independentistas entró en un aula durante una clase exigiendo leer un manifiesto de apoyo al referéndum del domingo 1 de octubre. Esa imagen me ha proyectado en la mente la Italia del post-68 y, sobre todo, de finales de los setenta, cuando los militantes de la extrema izquierda, con actitud intimidatoria, pretendían hacer lo mismo en las principales universidades del país. El modus operandi era el siguiente: irrumpían en el aula, bloqueaban las puertas para que nadie pudiera salir, arrinconaban al profesor intimidándole para que no opusiera resistencia y declamaban en tono monocorde la triste letanía de sus consignas pseudo-revolucionarias repletas de enrevesados mensajes políticos, descalificaciones y amenazas. Algunos docentes intentaron rebelarse. Las represalias hacia ellos fueron, en algunos casos, muy duras. Algunos sufrieron palizas, otros vieron como su coche era atacado y quemado, otros llegaron a ser gambizzati, padeciendo una cruel técnica de intimidación que consistía que a la víctima se le disparase en las piernas procurándole dolores atroces y daños, a veces, permanentes. Fueron muchos, lamentablemente, los docentes que no solo permitieron sino que incluso secundaron esas irrupciones en los centros educativos, posicionándose al lado de aquellos provocadores.

En la UAB, sin embargo, la profesora se encaró a los jóvenes que querían utilizar su clase para difundir mensajes políticos. Les invitó a que se marcharan para evitar que sus alumnos presenciaran esa escenificación de falsa libertad de expresión. La conducta de esa profesora fue irreprochable. Así como la de sus estudiantes, los cuales, tal y como se oye en la grabación de lo ocurrido, exigieron que prosiguiera la clase y que, si acaso, el manifiesto se leyera en el pasillo o durante el descanso. La doble moral de los que quieren imponer la libertad de expresión (la suya) en detrimento de la libertad de los que difieren de sus ideas es el primer paso para acallar todo tipo de oposición e imponer el pensamiento único. Para que esto no ocurra hace falta que el ejemplo que nos dieron esta profesora y sus estudiantes no se quede en un hecho aislado. Tal y como decía Sartre, el hombre nace libre, responsable y sin excusas.