La Provincia - Diario de Las Palmas

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OBSERVATORIO

Del vehículo privado a la movilidad como servicio

Cuando abres cualquier libro técnico sobre transporte encontramos una definición que básicamente se resume a los medios tecnológicos para desplazar personas, bienes y animales desde A hasta B. Para ello el ser humano ha utilizado su ingenio desde el principio de la propia humanidad con desarrollos tan radicales como el uso de la rueda, el aprovechamiento del viento o la fuerza de animales domesticados o el desplazamiento sobre raíles, siempre con el mismo fin: desde A hasta B. No hace tanto, la revolución industrial y los motores de vapor de agua, y el uso de motores en general supusieron un salto exponencial en cuanto a lo que transporte se refiere. A principios del siglo 20 teníamos ya un conjunto amplio de medios de transporte que nos permitían que la distancia entre A y B fuera cada vez más grande, y que máximo del volumen y masa de lo desplazado sufriera un aumento dramático. A principios del siglo 20 se produce un hito que cambió la historia del transporte. Henry Ford decide utilizar motores de combustión interna, mucho más complicados y problemáticos que los motores eléctricos, pero con una mayor autonomía, para su producción en serie a bajo coste. A partir de ese momento la movilidad privada pasa a ser movilidad mecánica, al alcance de las masas. Nota al margen es que esto supuso un cambio tecnológico porque los motores eléctricos eran de mayor utilización. Por ejemplo, en esa época todos los taxis de Manhattan eran propulsados por motores eléctricos.

Desde este punto, la movilidad privada pasa a ser un sinónimo de libertad y de estatus social. El poder adquirir un medio de transporte de esas prestaciones para uso privado suponía el sueño de generaciones de jóvenes, con claro impacto en su éxito social y romántico, para qué negarlo. Por ejemplo, John Travolta y su Ford del 48 en Grease, creado medio siglo después del primer Ford Model A.

Durante décadas la movilidad privada ha estado bien resuelta desde un punto de vista pragmático, y con un coste relativamente bajo. Esto podría haber seguido así de no ser por tres grandes razones: La primera es la siniestralidad. Los humanos conducimos muy muy bien. Según la agencia americana de seguridad del tráfico en autopistas (Nhtsa), en 2015 habían de promedio 1,13 accidentes fatales por cada 100 millones de millas recorridas (161 millones de km). Sin embargo, ese pequeño número encierra un drama del todo inaceptable, 32.166 accidentes con resultado de muerte. Eso es inadmisible y debemos poner todos nuestros esfuerzos en que la movilidad sea totalmente segura.

Este reto, en apariencia muy difícil no está tan lejos de nuestro alcance. ¿Cómo? Sencillo, eliminando al ser humano del bucle. Si disponemos de vehículos que se conduzcan solos, podremos eliminar la parte de la componente humana que causó, según la misma agencia Nhtsa, hasta un 94% de los accidentes que se produjeron en Estados Unidos en 2015. La pregunta obvia es si es eso posible a día de hoy, si tecnológicamente estamos totalmente preparados para que toda la movilidad sea autónoma.

La respuesta es que, según en qué escenarios, todavía no. La conducción en entornos urbanos, por ejemplo, es todavía demasiado compleja como para poder ser resuelta con tasas aceptables de seguridad y eficiencia de manera automática. Sin embargo, en las autopistas (que es donde se produce la mayor parte de los accidentes) se podría circular con un nivel bastante alto de autonomía hoy mismo. Típicamente en conducción autónoma se clasifican los niveles SAE de automatización desde el nivel 0 hasta nivel 5. Nivel 0 es un vehículo sin ningún tipo de asistencias a la conducción (ni al aparcamiento). Nivel 5 son vehículos que no tienen mandos para ser conducidos por humanos, en ninguna circunstancia. Ahora mismo muchos fabricantes de coches están desarrollando el Nivel 3 de automatización, Tesla por ejemplo, con su autopilot, en el cual, el vehículo conduce solo, pero el conductor debe de estar atento y tomar el control rápidamente si fuera requerido. Esto puede ser de gran utilidad para entornos fuertemente estructurados como las autopistas. Estos sistemas pueden salvar muchas vidas y hacer también la vida mucho más cómoda en regiones en las cuales los trabajadores ( commuters) necesitan hacer varias horas de autopista cada día para ir al puesto de trabajo.

De todas formas, incluso sin llegar a nivel 3, en el nivel 2 en nada de tiempo dispondremos de muchos desarrollos de asistencia a la conducción para protegernos de nosotros mismos. Muchos vehículos vienen ya con frenada automática, mantenimiento del carril, detección de estados de somnolencia del conductor o de vehículo en ángulo muerto.

El otro factor de cambio en la movilidad que nos aleja del modelo de Travolta y Newton-John en Grease es la sostenibilidad. Nos encontramos inmersos en una crisis mundial en toda regla debida al conocido cambio climático. El clima de la Tierra está cambiando más allá de los ciclos naturales que siempre han existido, de una forma muy acusada y rápida. El famoso Acuerdo de París, del cual el presidente Trump quiso sacar a los Estados Unidos, es un acuerdo internacional bastante ambicioso en el cual se persigue tratar de contener el incremento en la temperatura media de la Tierra entre 1,5 y 2 grados en el siglo XXI. Tan mal están las cosas que ni siquiera se sueña con detener este proceso de calentamiento antropogénico, sino que se asume que siendo muy optimistas, podremos decelerar este proceso.

La causa fundamental del cambio climático global es el uso de combustibles fósiles como fuente fundamental de energía. La consecuencia para los efectos de la movilidad, yendo directamente al grano es que necesitamos cambiarnos a una movilidad eléctrica, basada en fuentes de energía sostenibles. Las dos cosas, de manera independiente son claramente beneficiosas, porque incluso si seguimos generando energía desde combustibles fósiles, el balance energético es mucho mejor acumulando esa energía en coches eléctricos, con eficiencias cercanas al 90%. Los coches privados de combustión sólo aprovechan siempre por debajo de un 40% de la energía del combustible, lo cual supone que polucionamos mucho más con ese tipo de vehículos.

La última gran razón para el cambio en el paradigma de movilidad hacia la movilidad como servicio es la llamada smartificación de la movilidad. En la última década nos hayamos inmersos en una nueva revolución tecnológica, la de las tecnologías de la información y las comunicaciones. La penetración de los dispositivos móviles es tal que ha crecido de manera pareja la cantidad de actividades cotidianas que podemos realizar con el apoyo, o alrededor de dicho dispositivo. Como la revolución industrial, el cambio es profundo, social. Vivimos de manera diferente, con Internet en nuestro bolsillo, y aplicaciones que nos permiten desde monitorizar nuestra actividad física, hasta operar con el banco o disfrutar de multitud de posibilidades lúdicas.

Como no podía ser de otra manera, no se entiende ya la movilidad separada de este tipo de tecnologías. Un ejemplo muy frecuente es el poder solicitar, monitorizar y pagar un servicio de movilidad desde una aplicación móvil. El caso paradigmático es Uber, y por eso algunos llaman a este proceso uberización del transporte.

En qué es diferente Uber a llamar simplemente a un taxi: desde mi punto de vista, la diferencia esencial radica en la confianza. Cuando llamamos un taxi, no sabemos qué persona nos dará el servicio, no podemos ponerle estrellas si nos agrada su servicio, o no podemos decidir no aceptar un servicio de un conductor con mala valoración por parte de los usuarios. Lo mismo en sentido inverso, porque en servicios como el que da Uber, también el conductor valora al usuario.

Además, en mi opinión también incide en la confianza la transparencia y trazabilidad del servicio. Antes de subirnos al vehículo sabemos lo que nos va a costar, y la ruta que toma el conductor queda registrada, sin posibilidad de picaresca, incluso si nos encontramos en una ciudad, país, cultura, que nos sea extraña.

Aplicaciones similares se han implementado, y se están implementando en muchos modos de transporte. Tenemos por ejemplo los servicios de Car Sharing en muchas ciudades, en los cuales la aplicación nos indica dónde está el vehículo más cercano que podemos utilizar, lo abrimos con nuestro teléfono, con el sensor de proximidad (NFC), lo conducimos para lo que necesitamos, y al aparcarlo en nuestro punto de destino pagamos automáticamente desde nuestra cuenta en la aplicación. También, tanto proveedores como consumidores tienen la opción de "puntuarse" mutuamente y filtrar por las puntuaciones del resto.

En Canarias tendremos pronto un servicio muy parecido, pero gestionado por empresas de alquiler de vehículos, que se conoce como Car2Go. Mediante la simplificación del contrato de alquiler de coches, y la uberización del servicio, los usuarios ganan tiempo y flexibilidad, por ejemplo, no teniendo que llevar el coche la agencia de alquiler.

Otro ejemplo de este tipo de servicios en los que el usuario ya no se preocupa por comprar y mantener un vehículo, pagar los impuestos, revisiones, o renovar su permiso de conducción sería un proyecto piloto que se está desarrollando en Tokio, y que se espera que esté totalmente implantado para los juegos olímpicos de 2020. Es el conocido como Robotaxi. No es el único proyecto en esta línea. La idea es un servicio de taxi sin conductor que es contratado desde casa a través de una aplicación móvil.

Esto son sólo algunos ejemplos, pero evidencian que el cambio en el concepto colectivo de movilidad es ya imparable, desde la posesión de vehículo propio al contrato de servicios de movilidad cuando sean necesarios. Cuando la oferta sea suficiente llegaremos a contratar tarifas planas por esta movilidad, para todavía más conveniencia y facilidad.

En definitiva, el modelo de John Travolta llegando en un Ford del 48 para impresionar a Olivia Newton John es ya historia y será sustituido en nada de tiempo. Dentro de 20 años será más bien un Travolta en sus 83, que a pesar de su edad y limitaciones llama a un vehículo sin conductor (ni volante, ni pedales) para poder prestar toda su atención a Olivia (88) mientras se dirigen a toda velocidad, con una huella de carbono muy pequeña a su destino con la total confianza de que no el hecho de moverse de A a B no afectará para nada a su probabilidad de alcanzar los 81.

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