La Provincia - Diario de Las Palmas

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Tropezones

Fareros

Raro es el día en que no nos anuncian la extinción de algún oficio o profesión, caídos en combate ante la imparable tecnificación de la vida moderna. A las bajas ya asumidas, como las de los serenos o de los pregoneros, se nos advierte de la pronta desaparición de los agentes de viajes, de los operadores telefónicos, de los carteros o de los agentes de aduanas. Pero suelen olvidarse de un sufrido gremio que, aunque ya en trance de verse arrumbado por la insidiosa automatización, suele despertar una singular ternura, que pronto habrá de tornarse en nostalgia. Me refiero a la romántica especie de los fareros. Acorde con mi confesada pasión por los territorios insulares (y cuanto más diminutos mejor) no podía pasar por alto la frecuente presencia en los mismos de esos centinelas que velan por la integridad de las embarcaciones, esos gloriosos faros que advierten de la traicionera existencia de esa misma isla o saliente rocoso en el que se hallan precisamente asentados.

Desde hace más de 15 años vengo coleccionando almanaques cuyo tema monográfico es el de los faros, llegando a atesorar unas 150 espectaculares láminas de los más emblemáticos especímenes repartidos por los 7 mares de la tierra. Pero claro, lo que más me fascina es lógicamente el destino de los fareros, denominados también torreros, al constituir su hábitat en parte o en su totalidad una elevada construcción en cuya cima parpadean los reconfortantes guiños de luz a navegantes. Precisamente una de las láminas del laureado fotógrafo Jean Guichard nos muestra el faro de La Jument en la Bretaña francesa, en plena tempestad y en cuya base se asoma un hombre mirando a lo alto. Fuera de imagen se encuentra el fotógrafo, a bordo del helicóptero que el aterrado farero supone ser el que viene a rescatarle del sobrecogedor temporal. Pero lo espeluznante es que de espaldas al faro y al inconsciente farero se abalanza una ola gigantesca que amenaza con engullir a torre y torrero. (Por cierto, pudo salvarse por los pelos, según posterior relato del fotógrafo.)

En otra imagen podemos ver la torre de Morris, en Carolina del Sur, construida en el año 1876 sobre unos bancos de arena que, al desaparecer por mor de los cambios de corrientes, dejaron al faro sin isla. En el faro bretón de Ar-men, impresionante obra de ingeniería que tardó 14 años en culminarse, quedó aislado su torrero monsieur Fouquet nada menos que 101 días sin poder ser rescatado debido a un interminable temporal. Con razón tiene ganado a pulso el lugar el nombre de "infierno de los infiernos".

En otros faros la vida es más apacible;en el de Kjeungskär, avanzadilla del puerto noruego de Trondheim, vivió durante años su último torrero, con mujer y cinco hijos, que recibieron su escolarización en el propio faro.

"El faro del fin del mundo" suele identificarse con el antiguo edificio San Juan de Salvamento ubicado en Tierra de Fuego, a caballo entre los océanos Atlántico y Pacífico. El humilde aspecto original, parecido al de una cabaña circular de madera, no casa para nada con el imaginario popular de imponente y altísima torre. Por cierto que aquí dos de sus tres torreros fueron pasados a cuchillo por los piratas de la zona, furiosos ante la presencia de un faro que les privaba de su medio de vida. Que no era otro que el expolio de los frecuentes naufragios del lugar (como sin duda recordarán los lectores de la última obra de Julio Verne).

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