La última vez que la vi no tendría más de seis años. Fue en casa de unos amigos. La recuerdo bailando, agitada, sudorosa y feliz, sabedora de que tenía todas las miradas a su merced. Todas. Su madre era joven, veinte y pocos años, y ella fue fruto de esos amores pasionales y casi nunca duraderos que destartalan a las familias establecidas "de orden", vamos, de forma que todo ello contribuyó para que ambas salieran de esas vidas de la misma forma que entraron, fugazmente. Ni la niña ni la madre volvieron a ver a mis amigos. Alguien supo de ella, de la niña, de sus estudios, de sus proyectos pero sospecho que no hubo mucho interés en conocer más. Las dos fueron como un verso suelto atado a tantos y tantos perjuicios, que ambas desaparecieron. En las rupturas siempre pagan los que menos deben y ellas no iban a ser una excepción.

Pero la vida espera en la esquina, a veces de la mano de Doña Verdad y en menos que canta un gallo recoloca las fichas del pasado. El padre de la niña bailarina falleció y lógicamente después de 20 años el tiempo había borrado de la mente de mis amigos a las dos mujeres, madre hija. Como casi en todos los velatorios tratamos de cumplir para abandonar el lugar lo más pronto posible. En ese proceso estaban cuando alguien reparó en una joven sentada en un banco, alejada del bullicio familiar, conmovida. Llorosa. Miradas de curiosidad, miradas interrogantes hasta que alguien dio el paso. "¿Quién eres?", preguntó. El fallecido era su padre y ella aquella niña que bailaba, la que pagó los platos rotos de una ruptura ruidosa. Hacía tiempo que no sabía de su papá y mucho más de la familia materna pero eso no fue obstáculo para que una vez identificada los primos mayores fueran los primeros en abrazarla y los tíos en consolarla. Hubo amor a primera vista. Fue un instante mágico. Y en eso están desde hace unos años. Todos se han acercado; conociéndose, quedando, compartiendo. Estos días plantean verse las caras poco a poco, sin barullo. No hay mejor pegamento que la palabra sosegada. La ya mujer no quiere una familia de bodas y entierros, exige mucho más de la familia recuperada, lo quiere todo y nadie está dispuesto a cerrar la puerta que les abre la vida.

Como siempre el estrépito del desamor lo pagan los que pasaban por allí. Su hoy es una risa cantarina. La escucho.