A medida que se acercaba cada vez más el ruido del soberanismo a la city de Cataluña, Lara, el dueño de Planeta, se aplicaba con más intensidad en decir que ante una independencia se llevaría la editorial y sus filiales a Cuenca o a donde fuese. Preguntarle al empresario por la eventualidad constituía uno de los alicientes previos a la entrega del Premio Planeta, dada la energía de carácter con que se despachaba. Una vez fallecido, los periodistas le hicieron la misma pregunta a su hijo y se remitió a lo dicho por su padre. Para este sábado todavía se mantiene en la agenda cultural española el fastuoso sarao literario, cuyo premio está dotado con la friolera de 600.000 euros. Pero en esta convocatoria va a ser más complicado: el futurible cambia por el presente. Se desconoce aún si Cataluña será ya independiente; no se sabe si Planeta seguirá en Barcelona o se habrá llevado su sede, y por no saber, no hay constancia asegurada de si el emblemático galardón va a tener el correspondiente fallo y la consiguiente cena literaria. Ni el viejo Lara se hubiese imaginado tantas puertas abiertas en este camarote de los hermanos Marx. La cuchipanda del Planeta se había convertido con el tiempo en algo más que un acontecimiento literario. Allí iba el rey Felipe VI, el presidente del Govern de turno, ministros, empresarios, financieros y mucho periodista, por lo que la cita trascendía de lo literario y servía en algunos casos para medir el grado de acercamiento entre el soberanismo y un ejecutivo nacional del PP o del PSOE. El torbellino de arrogancia que nos invade deja ahora en el aire qué preguntar en el Planeta sobre Cataluña y el resto del mundo. Es más, lo mismo no va a suceder nada de nada porque el galardón se suspende, o quizás no.
