La Provincia - Diario de Las Palmas

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Miradas

Derechos humanos

Son varias ya las declaraciones que leo de personas que sostienen que la cuestión soberanista no va ya de independencia sino de derechos humanos. Pero los derechos humanos no existen en el vacío; hay que aclarar con más detalle a cuáles nos referimos. Por ejemplo, existe el derecho a la educación, el que permite aprender a leer y a escribir y, al menos, las cuatro reglas. Con eso basta para entender que sería del todo deseable que quienes están detrás de la secesión hubiesen contado a tiempo con tales enseñanzas para evitar que nos presentasen las cuentas de los votos del referéndum como lo han hecho, con porcentajes de síes que suman más, en ocasiones, que los votos del censo, incluso si los propios organizadores del procés sostienen que la participación no llegó al 50%.

Tales discrepancias tienen que ver con el derecho a la información veraz, ausente de forma clamorosa cuando se ocultan las imágenes de las urnas que llegaron llenas de papeletas ya a los lugares de la votación. O cuando gracias al Photoshop se añaden esteladas allí donde no las había. O -mi ejemplo preferido- al salir ante las cámaras una víctima de la represión asegurando que los policías le rompieron uno a uno todos los dedos de una mano curada de forma milagrosa veinticuatro horas más tarde. Si estamos dispuestos a creernos lo que nos quieren hacer creer sólo porque beneficia a nuestra causa, el derecho a la información veraz queda herido de muerte.

Me cuento entre quienes sostenían que era necesario un referéndum organizado de manera legal por la razón bien simple de que sólo así se puede llegar a saber cuántos ciudadanos están a favor de la independencia en Cataluña. Pero eso no tiene nada que ver con derecho absoluto alguno a votar; algo que, en general, no sólo no existe sino que resulta absurdo. ¿Cabría exigir que se deje votar la ablación del clítoris? Ya sabemos que el voto por la independencia es otra cosa, no comparable a lo que he puesto como ejemplo, pero tampoco hay un derecho humano, es decir, absoluto, a decidir a qué país quiero pertenecer salvo que quede haya amparado antes por el derecho mucho más relativo que marcan las normas vigentes en el Estado en el que vivo. Que la Constitución española hay que cambiarla es evidente. Que se debe hacer de forma impecablemente legal y democrática, no a golpe de referéndum-pucherazo, también.

Las libertades, con la de expresión por delante, no son valores absolutos. Es obvio que hay que tener libertad de expresión pero lo que hay que tener, principal y primariamente, es libertad de pensamiento. ¿Qué me importa a mí la libertad de expresión si no digo más que imbecilidades? ¿Para qué sirve si no sabes pensar, si no tienes sentido crítico, si no sabes ser libre intelectualmente? Todo este párrafo anterior no es mío. Son palabras de Emilio Lledó, sin que quepa añadir ni una sola coma.

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