Las protestas (supuestamente feministas) ante la exposición Poesía y pintura. La tradición canaria del siglo XXI, financiada por el Ejecutivo regional y comisionada por Andrés Sánchez Robayna y Fernando Castro Borrego, rezuman confusión y trivialidad. Habría que empezar señalando que una exposición es una interpretación. Las exposiciones son siempre interpretaciones más o menos argumentales de sus promotores o sus comisarios. Y esta no es, estrictamente hablando, una exposición historicista. Para los profesores Sánchez Robayna y Castro Borrego solo tres mujeres artistas han compartido ese repertorio simbólico, basado en un concepto (y una praxis) moderna, modernista y luego vanguardista de la imagen: Maribel Nazco, María Belén Morales y Maud Bonneaud. Sospecho que es una decisión limitativa incluso desde sus premisas, pero se me antoja disparatado tachar la muestra como una deplorable exhibición de misoginia. Otra cosa es que a uno le guste o no. Personalmente estimo que es una muestra bastante desafortunada, conceptualmente endeble, precipitada y al borde de la irrelevancia. Pero la ausencia y presencia de mujeres entre las figuras convocadas nada tiene que ver con este pequeño desastre.

En realidad es necesaria una verdadera inmersión en la más profunda ignorancia para lanzar semejante acusación a ambos catedráticos. Sin entrar en excesivo detalle, basta recorrer las brillantes páginas que le ha dedicado Sánchez Robayna a Sor Juana Inés de la Cruz o a María Zambrano para evitar el ridículo charloteando sobre la misoginia de uno de nuestros principales poetas y críticos literarios. Porque la ridícula polémica sobre la exposición Pintura y poesía es una manifestación más de esa ideología de género que, con un espíritu imperialista satisfecho de sí mismo, pretende infectar cualquier espacio público e imponer una absurda, pazguata y desinformada jerarquía valorativa. El hecho de que la Dirección General de Cultura de Canarias se haya apresurado a afirmar que se trata de una situación "que será corregida de inmediato" solo se entiende desde la ignorancia entre altos cargos y escandalizados críticos. ¿Quién la va a corregir? ¿Se echarán a un bombo una veintena de nombres de escritoras y artistas para que el azar elegida a las más meritorias? ¿Qué porcentaje de mujeres debe alcanzar la exposición para que la misoginia se disuelva en la buena voluntad de género? ¿El 50%?

Los criterios que informan la muestra importan un bledo a los escandalizadores. Deberíamos entender que la sociedad canaria ha sido pobre, muy pobre, y que todavía en los años sesenta más de un 30% de los isleños era analfabeto. Los escritores, pintores y escultores de la vanguardia histórica en Canarias eran una exigüa minoría dentro de una minoría social compuesta por las élites agroexportadoras o las muy estrechas clases medias urbanas.

Y como nadie ignora en esa ínfima minoría cultivada que se dedicaban a la creación artística en una sociedad azotada por la hambruna, las enfermedades, la ignorancia y el caciquismo la presencia de las mujeres -sometidas a una vida dependiente y subalterna en lo político, lo jurídico, lo social y lo cultural- resultaba casi irrelevante. Esa es la otra clave de su escasa relevancia numérica en una exposición como la que se ha podido ver en el TEA: no la intolerancia ideológica del presente, sino las atroces injusticias del pasado.