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opinión

Dadas las circunstancias

Más relajados que tensos, dadas las circunstancias, los portavoces de los grupos del Congreso ofrecieron el miércoles una imagen, si no de colaboración, sí de respeto mutuo. Quizá como fruto de un pacto tácito de no agresión. O del convencimiento, que por razones partidistas no les conviene airear, de que Rajoy está obrando con mesura. (Otra vez, dadas las circunstancias.)

Robles (PSOE), pese a sus nervios iniciales, fue toda sonrisas cuando Rajoy anunció que participará "activamente" en el subcomisión para modernizar el Estado autonómico, después de la cual (seis meses) empezarán los trabajos para acometer una reforma de la Constitución. Según Sánchez, su compromiso es, esta vez, firme.

Iglesias le agradeció 'el tono' al presidente del Gobierno. "Siga usted así, porque a lo mejor podemos ponernos de acuerdo en algunas cosas", llegó a decirle, aunque no sin vaticinar que ningún diálogo podrá prosperar bajo el reinado del artículo 155, cuya aplicación, bien que con vaselina, ya se ha iniciado.

El más tenso parecía Rivera, quizá celoso por el privilegio del tête à tête que Rajoy le otorgó el martes por la noche a Sánchez y no a él, el aliado eternamente escocido. Salvo el líder de Cs (y quizá también Puigdemont, que necesita la "represión" del Estado como el comer), nadie quiere el 155. Y el Partido Popular, seguramente, menos que ninguno.

A Rivera le pasó factura su condición de único defensor del precepto de marras. Y encima con la ignominia de que Iglesias se valiera de su presunta empatía con Aznar para darle un consejo a Rajoy: "Desconfíe del señor Rivera, que es el principal operador político del señor Aznar, y éste no le quiere bien".

Rajoy ejerció de orador que domina la tribuna del Congreso como nadie; alfonsino y viejuno, si se quiere, pero orador. Hasta improvisando dio la impresión de saber lo que se trae entre manos, y eso también ayudó a relajar una sesión que podía haber degenerado en sonora bronca y trasladado a Barcelona la imagen de un país en descomposición (hipótesis de trabajo).

Se vio cuando Iglesias invocó la figura de Adolfo Suárez para comparar escenarios políticos de cambio, una tentación de la que ni siquiera se libró Campuzano (PDeCAT). El líder de Podemos distinguió a Suárez por sus "agallas" y su "instinto", aparte de por su "habilidad para crear nuevas legalidades", y puso en bandeja al presidente Mariano Rajoy una oportunidad de reivindicarse.

Vino a decirle el jefe del Ejecutivo que las distancias temporales obran milagros, y que cuando él deje de ser diputado ("espero que dentro de muchísimos años y que usted lo vea"), le gustaría que alguien como Iglesias "dijera también qué agallas y qué instinto tenía el señor Rajoy". Porque "no mentiría", se atrevió a decir, entre aplausos de la bancada popular.

Fue la guinda de un debate que (dadas las circunstancias) no pareció nunca el del arranque del 155. Quizá porque fue fruto de la decisión de Rajoy de ejercer más de catalán que de gallego, pidiendo aclaraciones a su proveedor de "rauxa" antes de suspender la relación comercial. Puro 'seny'.

En cambio, el Puigdemont del martes actuó con plena galleguidad, no sabiéndose todavía hoy si iba con la declaración unilateral de independencia (DUI) o venía de suspenderla. (Lo que, dadas las circunstancias, es bien comprensible, porque se le fugan las empresas y la CUP, y le podan la DUI los jerarcas del PDeCAT, y la soledad del libertador, ay, es dolorosísima.)

Quizá le iría mejor promoviendo otras circunstancias.

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