La Provincia - Diario de Las Palmas

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Indra en Cataluña

Qué es un huevón?" "Un huevo grande". "¿Pensabas en esos del Govern o como se diga, seguro?" "Di que sí, papi". Mi papá se ríe y sé que habla de otro par de papafritas, la palabra que más emplea en estos días. Estoy de vacaciones en Barcelona, una ciudad muy bonita pero también rara. La seño de Lengua se ha empeñado en poner tareas para que "no perdamos el ritmo", eso dice. Pues nada, como me encuentro aquí, con los amigos catalanes, hablaré de ellos y de nosotros. Me encanta pasear por Las Ramblas, que es como se llama una de las calles, tan larga como un día sin pan, como diría la abuela. Hay mucha gente de un lado para el otro haciendo turismo, sacando fotos y entrando en La Boquería, un mercado en el que se hace cola para entrar. A mí me gusta ir con Rosa, la hija del amigo de papá, otro profe de mates que vive cerca del monumento a Colón, una estatua con un señor con falda que apunta con el dedo.

Barcelona es rara porque la gente se come las letras al hablar: que si "discusió", que si "comentari", que si "dialog". Rosa me explica que es su lengua, pero conmigo habla la de siempre. Su papá le dice que "comerse esas letras la hace más catalana". Yo no lo entiendo y le pregunto al mío: "es su lengua, el catalán", me responde. Pero, la verdad, yo la veo como cualquier otra niña, no sé qué tiene de especial. "¿Son diferentes los de aquí?"."No, por qué". Mi papá vuelve a tirarse de la narizota, algo le ronda por la cabeza. Le cuento que fuimos de paseo con la mamá de Rosita y que nos compró un helado grandote. La señora me preguntaba si me gustaba lo que veía, y le decía que sí. Llevaba un pin en el vestido, una bandera. Me fijé en ella y se dio cuenta: "¿Te gusta?" "Bueno". Y me puso una. Y tan orgullosa que iba con el nuevo pin. Rosita sonreía: "ya eres una de nosotras".

Papá me vio la banderita. "Una estelada". "A qué es bonita". "Sí, claro". "Me la ha regalado la madre de Rosita". Por cierto, también trabaja en un cole como mi papá. Mañana, iremos a verlo. Se llama Ramón Llull. Me sonaba el nombre porque a mi padre le gusta leer el periódico y en uno de ellos aparecía en grande: "Minuto de silencio por la carga policial". Y era allí, en esa escuela. Qué curioso. Mi papá se calló y no dijo nada. No paraba de tirarse de la nariz. Por la noche, cenamos todos juntos en un restorán y mi padre y el de Rosita discutieron. Uno dijo: "tenemos derecho a decidir". Mi padre volvía a estar triste: "Hay que cumplir la ley, Jordi". Rosi y yo no sabíamos qué hacer. Como hablaban los mayores, teníamos que estar en silencio. Su madre me preguntó: "¿Qué te gusta más, Barcelona o tu isla?". "Mi islita". Pero es que Rosi, no sé por qué, también dijo: "Yo quiero irme con Indra, quiero ser canaria". Su madre se puso verde y, por una vez, vi a mis padres alegres. Dice mi papá que no hay mayor sabiduría que la de los niños. "Cada vez te pareces más a tu padre". No sé cuándo la sacó, pero en una foto salimos los dos con el mismo gesto sin mirarnos. No sé quién se tira más de la nariz.

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