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OBSERVATORIO

Desentrañar el cerebro en el siglo XXI

El pasado 1 de octubre se celebró el Día Internacional de las Personas de Edad. La esperanza de vida en el mundo ha pasado de unos 50-60 años a comienzos del siglo XX a unos 70-75 años a principios del XXI, siendo este incremento mucho más marcado en los países occidentales. Así, en nuestro país, la esperanza de vida actual está en torno a los 85 años de media en las mujeres y a los 80 años en los hombres, lo que nos sitúa como el cuarto país del mundo con una mayor esperanza de vida. Este aumento se ha conseguido, fundamentalmente, debido a las mejoras en las condiciones higiénicas y sanitarias, que se han producido, sobre todo, a partir de la segunda mitad del siglo XX. Estos cambios han causado que la población no solo envejezca más, sino que, además, lo haga mejor desde el punto de vista de la salud global. Sin embargo, el aumento de los años de vida también conlleva algunas situaciones desconocidas hasta ahora. Entre ellas destaca el auge de las enfermedades neurodegenerativas, que constituyen un grupo de trastornos caracterizados por la muerte acelerada de las neuronas, es decir, de las células funcionales del sistema nervioso. La enfermedad neurodegenerativa más frecuente es la enfermedad de Alzheimer, un tipo de demencia donde se produce una pérdida progresiva de las habilidades cognitivas, en especial la memoria, que conduce a una afectación de la funcionalidad de la persona que la padece.

Los datos publicados recientemente por la Asociación Internacional de Enfermedad de Alzheimer indican que alrededor de 46 millones de personas sufren una enfermedad de Alzheimer en la actualidad, y estas cifras se irán duplicando cada 20 años, de forma que puede llegar a 131,5 millones en 2050. Además del impacto sanitario, este incremento en el número de personas afectadas por la enfermedad supondrá un gran cambio en el paradigma socioeconómico, puesto que acarreará mayores costes económicos y, por lo tanto, mayor consumo de los recursos destinados a la atención sanitaria de estos pacientes. Por lo tanto, el tratamiento de la enfermedad de Alzheimer, y de otras enfermedades neurodegenerativas, debe considerarse una prioridad sanitaria en los países occidentales.

Así, la neurociencia del siglo XXI se enfrenta a un reto claro: el tratamiento de las enfermedades neurodegenerativas. De hecho, hay diversas líneas de investigación en la actualidad, tanto nacionales como internacionales, que intentan desarrollar tratamientos eficaces para las diferentes enfermedades neurodegenerativas. En el caso de la enfermedad de Alzheimer, las investigaciones se centran en intentar determinar cuáles son los mecanismos que subyacen al proceso de muerte neuronal, para así establecer terapias específicas frente a ellos. Hoy en día, los mecanismos más conocidos relacionados con la enfermedad son, por una parte, el acúmulo de una forma anómala (forma fosforilada) de una proteína que se encuentra en condiciones normales en el cerebro sano, denominada proteína TAU. Cuando la proteína TAU está en su forma fosforilada se acumula en forma de ovillos en el interior de la neurona, haciendo que la maquinaria necesaria para su buen funcionamiento deje de funcionar y da lugar a su muerte. Por otra parte, el segundo de los mecanismos conocidos relacionados con el daño cerebral de la enfermedad de Alzheimer es la acumulación extracelular de placas de un material llamado beta-amiloide. Este agregado proteico produce un mal funcionamiento de la corteza cerebral y, en consecuencia, el deterioro de la función neurológica normal. Desde esta perspectiva, la investigación actual en el tratamiento de la enfermedad de Alzheimer se ha dirigido a intentar evitar la progresión de estos mecanismos patológicos.

Los resultados de ensayos clínicos recientes indican que un anticuerpo administrado exógenamente, llamado aducanumab, puede eliminar las placas de amiloide existentes en enfermos de Alzheimer. Estos trabajos resultan prometedores, aunque todavía están lejos de usarse en la práctica clínica porque se hallan en fase de investigación. Asimismo, la investigación actual en el campo de la enfermedad neurodegenerativa está también orientada a los procesos de neuroplasticidad. La plasticidad neuronal hace referencia a la capacidad del sistema nervioso para cambiar su estructura y su funcionamiento a lo largo de la vida, como reacción a la diversidad del entorno.

Durante muchos años se pensó que los fenómenos de neuroplasticidad eran exclusivos de la infancia, pero, desde mediados del siglo XX, se fue avanzando en el conocimiento de estos fenómenos de neuroplasticidad y se descubrió que no solo se producían en la infancia, sino que el cerebro humano muestra esta capacidad a lo largo de toda la vida adulta. Así, en el tratamiento de las fases iniciales de las enfermedades neurodegenerativas se intenta potenciar la neuroplasticidad, de manera que las áreas cerebrales sanas puedan complementar la función de las áreas cerebrales que se van perdiendo. En el caso concreto de la enfermedad de Alzheimer son importantes las estrategias de estimulación cognitiva, que consiguen enlentecer la progresión de la enfermedad, no porque disminuyan la velocidad de pérdida neuronal, sino porque consiguen potenciar la neuroplasticidad.

Sin embargo, no toda la investigación en el campo de la enfermedad de Alzheimer se orienta al tratamiento de la enfermedad una vez que esta aparece, sino que cada vez hay más evidencia de que unos adecuados hábitos de vida pueden evitar la aparición de una demencia. Así, hace unos meses se publicó en una de las revistas más prestigiosas de la medicina, The Lancet, un trabajo realizado por 24 expertos mundiales en el campo de las demencias, donde se revisaban los artícu-los más relevantes publicados en los últimos años, y se concluía que hasta 1 de cada 3 casos de demencia en el mundo son prevenibles si se actúa sobre 9 factores de riesgo que son responsables de hasta el 35% de todos los casos de demencia. Estos factores de riesgo fueron la baja escolaridad durante la adultez temprana, la hipertensión arterial, la obesidad y la pérdida de audición durante la adultez media, el hábito tabáquico, la vida sedentaria, la diabetes mellitus, la depresión y el aislamiento social en la adultez tardía. Es decir, que el tratamiento de la demencia debe ser un proceso continuo, en el que se debe destinar un gran esfuerzo a mejorar la educación sanitaria y al tratamiento de los factores de riesgo durante toda la vida del individuo. Si la década de 1990 (la denominada Década del Cerebro) supuso un gran avance en la investigación en neurociencia (avance con los que crecimos todos los profesionales de una generación relacionados con la neurociencia básica y clínica) no cabe duda de que el siglo XXI tiene que ser el periodo en el que, por fin, consigamos desentrañar gran parte de los mecanismos que influyen en el funcionamiento normal y patológico del cerebro humano.

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