La Provincia - Diario de Las Palmas

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PIEDRA LUNAR

Consejo forestal municipal

Cuando ya se han apagado los rescoldos físicos y algunos enfrentamientos dialécticos entre administraciones sobre el grave incendio que asoló 2.800 ha en la cumbre central de Gran Canaria, y después de que los técnicos hayan volcado sus ortodoxias sobre la gestión del triste suceso, volvemos a reflexiones ya expuestas en ocasiones anteriores (septiembre 2007 y mayo 2019). Es un tópico plantear dos ideas: una, que los incendios se apagan en invierno y, la otra, que lógicamente, cuando estos se producen, la maniobra hay que dejarla en manos de personal especializado. Desde las administraciones responsables (llámese medio ambiente en sus respectivos niveles), cuando el suceso está en apogeo, lo que se hace es un progresivo balance de la gestión y se apela a que todos debemos colaborar, unos huyendo de sus casas y de sus fincas y ganados, y otros observar impertérritos el fenómeno dantesco bien desde la lejanía o colaborando con los equipos en la atención a los damnificados. Hasta aquí todo muy bien. Sin embargo, la premisa de que los incendios se apagan en invierno es la asignatura pendiente de los responsables medioambientales. La relación del hombre rural con el medio en el que habita tiene que hacerse, en todos los aspectos, desde la persuasión colaborativa y no de manera esporádica, sino que ha de convertirse en costumbre y constante integración. En nuestra isla, la ruptura del hombre con el medio en el que habita se ha producido desde que la abultada normativa proteccionista ha entrado en vigor. Y eso es lo que salva a las administraciones: parque natural, paisaje protegido, parque rural. Sí señor, todo muy bien ar-ticulado y muy bien enrevesado. En medio, los agentes forestales, Seprona y técnicos de cuello blanco en sus despachos capitalinos. Todos, sin duda, estrictos conocedores de sus funciones, convertidos en línea de mando contra la que habitualmente tienen que enfrentarse los usuarios del campo: pastores, ganaderos, agricultores, cazadores, senderistas? Un incendio es difícil de evitar o presentir. Sin embargo, la prevención es una estrategia necesaria cuando hay que combinar el binomio hombre/naturaleza. Esa táctica implicaría integrar de manera orgánica a los usuarios. Porque ¿quién le dice a la administración que hay que limpiar las cunetas, cortar la maleza alrededor de las viviendas, retirar los troncos de las podas selectivas del propio lugar donde se cortan, recoger la pinocha de los bordes de las carreteras, arreglar las desastradas pistas forestales, levantar las paredes (portillos) que caen sobre antiguos caminos reales, limpiar las palmeras y los cauces de barrancos, divulgar las penas a las que se exponen los agresores del medio, o asegurar sin ambages antimilitaristas que esgrimen los podemitas la intervención de la UME? Un Consejo forestal en cada uno de los municipios con masa arbórea es una manera colaborativa de encauzar la concienciación y tal vez ayude a apagar un incendio antes de que se produzca. Hacer el canto de la participación sin ponerla en práctica es un brindis al sol.

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