La Provincia - Diario de Las Palmas

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OBSERVATORIO

Prevenir la soledad

Tengo la sensación -tal vez algo subjetiva- de que vivimos con cierto exceso de aislamiento social. Cada vez somos más, efectivamente, pero también estamos más solos. Es un tema que preocupa y, por ello, llama la atención que el Ayuntamiento de Madrid tenga previsto iniciar un programa para reducir la soledad entre quienes la sufren. El asunto tiene su miga y la idea es atrayente. Se trata de una propuesta interesante para promocionar la salud mental y prevenir un buen número de enfermedades mentales. Por cierto, algo bastante inusual en estas latitudes. Otra cosa es que podamos dudar sobre si el diseño acabará implantándose en realidad o, como es habitual, quedará en uno de esos programas piloto que tanto gustan a los políticos. Pero, por el momento, merece atención.

¿Sabían que uno de cada diez españoles se siente solo con bastante frecuencia? La cifra, como es obvio, se dispara a partir de los 60 años y llega a superar el 40%. Ojo, que hablo de sentirse en soledad, independientemente de estar o no físicamente acompañado. No me refiero al aislamiento social voluntario, esa maravillosa experiencia que nos permite desconectar temporalmente de cuanto nos rodea. Es otra soledad la que debe preocuparnos: la no deseada, la que se sufre. Se trata de la soledad funcional, bastante más dolorosa que la estructural, aunque ésta suela ir acompañada de la primera en muchas ocasiones. Que una cosa es vivir solo y otra, seguro que más grave, vivir en soledad. Porque, aunque permanecemos acompañados el 80% del tiempo en que estamos despiertos -o parecemos estarlo-, es posible que esa compañía no consiga evitar el aislamiento social que soporta gran parte de la sociedad.

Dicen los expertos que, para que un problema de salud merezca ser priorizado, es necesario que cumpla con dos criterios: que afecte a gran parte de la población y que lo haga intensamente. Cuando la décima parte de los españoles vive en soledad -comparta, o no, su vida con otros- habrá que darle importancia al asunto. Se trata de un problema extenso y, si a los datos nos remitimos, con una marcada tendencia alcista. Incluso hay estudios que aseguran que la soledad llega a ser contagiosa. De la gravedad hablan, por sí solos, los resultados de una investigación realizada por tres universidades norteamericanas, recientemente publicada en la revista científica American Psychologist. La soledad no solo duplica el riesgo de depresión o incrementa en un 30% el de suicidio. Su impacto en la salud es sensiblemente superior al que producen la obesidad, el tabaco, la contaminación ambiental o la falta de ejercicio. Aumentando su riesgo en un 50%, ningún otro factor se asocia, en mayor medida, a la muerte precoz.

En la sociedad de la conexión digital pueden sorprendernos estos resultados. Sin embargo, esta nueva forma de mantener relaciones interpersonales es, precisamente, uno de los factores que los investigadores identifican como causantes de lo que podríamos denominar una soledad acompañada. No es cuestión -en absoluto- de renunciar a las nuevas tecnologías, pero sí de ser conscientes cómo afectan al modo de relacionarnos con nuestro entorno y compensar las carencias que provocan. Porque una cosa es mejorar el acceso a la comunicación -que no la calidad de ésta- y otra, bien distinta, que esta conexión artificial nos facilite compartir vivencias. Difícil. Sin la capacidad de trasmitir sentimientos que nos ofrece el cara a cara, la comunicación pierde su condición más humana. En otros términos, no hay piel.

Obviamente, la principal razón de la soledad no radica en el uso de smartphones, tablets y demás cacharros tecnológicos. En absoluto. Ahora bien, este fenómeno de estar acompañados pero solos, sí tiene mucho que ver -y se perpetúa- con su mal uso. El asunto ha despertado el interés de la comunidad científica hace relativamente poco tiempo. En 2012, la psicóloga y socióloga Sherry Turkle, profesora del prestigioso Massachusetts Institute of Technology (MIT), planteó una interrogante crucial: ¿estamos conectados pero solos? Así parece ser, cuando observamos el comportamiento que mantenemos en una reunión, en clase o, sencillamente, tomando un café. Acabamos estando más atentos al envío de whatsapps y correos que a nuestros interlocutores presenciales. El problema va más allá de la desconsideración hacia los otros, resultado de la "crisis de empatía" de la que habla Turkle. Lo grave, en sí mismo, es que mantenemos un escenario de esa soledad acompañada que empezará a cronificarse con el tiempo. Paradójicamente, acabamos convencidos de que, en vez de aislarnos, nos estamos conectando. Grave error.

Muchos de mis colegas me dirán que la soledad no es una enfermedad y, como es evidente, habrá que darles la razón. Ahora bien, tampoco lo es una dieta rica en grasas y no por ello se deja de intentar modificar ese factor de riesgo para la salud. Soledad y desempleo -no olvidemos este último- son dos de las variables que inciden más negativamente en la salud mental del individuo. Es lamentable que solo actuemos cuando disponemos de un fármaco como solución. Triste, sí, pero en eso se convierte la atención a la salud mental, cuando no va acompañada de una visión más holística, que incluya la prevención de las enfermedades y la promoción de la salud. De poco sirven los protocolos dirigidos a prevenir el problema final -por ejemplo, el suicidio-, si previamente no se ha incidido en los factores que incrementan el riesgo.

Así las cosas, no es de extrañar que la Organización Mundial de la Salud haya destacado a las relaciones sociales como un determinante de la salud de los individuos. Más lejos ha llegado el Ministerio de Salud británico, considerando a la soledad como una prioridad sanitaria, desde hace apenas un par de años. De ahí que sea de agradecer esa iniciativa de Madrid Salud que les comentaba. Especialmente, en un país en el que no le otorgamos el interés que se merece a la promoción de la salud y la prevención de las enfermedades mentales.

Pues sí, la soledad puede ser prevenida. Y, aunque no suela incluirse en la agenda sanitaria, esta sí es una auténtica prioridad de salud.

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