La Provincia - Diario de Las Palmas

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Un cable

Candy Crush lo sabe

Un ordenador muro de aire es aquel que nunca ha sido conectado a internet. Un aparato en el que se pueden tener secretos. El único en el que un hacker consentiría almacenar su diario más íntimo o las fotos de sus hijos. Todo lo demás, una vez enchufado a una red de ordenadores, ya sea internet o la red interna de la sanidad pública, no es seguro.

Dejen que les cause inquietud: todo lo que hay en sus móviles, contactos, fotografías, direcciones, conversaciones de whatsapp, qué páginas consulta, qué aplicaciones gasta, qué banco tiene, cuánto dinero? todo, está registrado en bases de datos en ordenadores gigantescos conectados globalmente.

Tenemos en nuestros terminales tantos datos y tan privados que ahora podemos configurarlos para que nos solicite la huella dactilar. Hay tanto de nosotros en esos aparatos que una mera contraseña de números ya no nos parece suficiente. Ponemos barreras físicas a datos que desde un principio están fuera de nuestro control. Es terrible, pero su información más íntima puede ser consultada y robada desde cualquier otro ordenador situado en cualquier parte del mundo. Solo hace falta un hacker, el tiempo, el dinero y las habilidades necesarias.

Quién escucha, lee, analiza y tiene acceso a todos esos datos es la clave, pues, para la tranquilidad en una sociedad hiperconectada. Todo sobre una única base: la confianza.

Si antes el círculo de confianza se circunscribía al Estado, ahora lo hemos ampliado a las grandes corporaciones. Si para organizarnos en sociedades permitimos primero que nos censaran, luego que el pago de nuestros impuestos quedara registrado y después que nuestras historias sanitarias estuvieran almacenadas; ahora dejamos en manos de decenas de empresas un diario minucioso con todos los datos de nuestra vida.

La compra de unas zapatillas, la cita con un viejo amigo del instituto, la búsqueda en internet de un lugar paradisíaco al que escapar... Cualquier dato sobre nosotros está almacenado y es utilizado por las grandes corporaciones para aprender sobre nosotros. Revisen la bandeja de entrada de su correo electrónico. Verán que tienen ofertas de vaqueros a buen precio después de haber hablado de ellos con una amiga por Whatsapp, ofertas de empleo basadas en sus estudios o la ciudad en la que viven y hasta perfiles de personas afines si han tomado la iniciativa de registrarse en alguna web de citas. Son nuestros datos, están en sus manos y los utilizan.

Se los hemos dado nosotros.

En tres pasos, sin llamar o tener que hacer cola en el centro de salud, has pedido cita en el médico de cabecera desde el móvil. Sólo descargando una aplicación y poniendo el número de la seguridad social. Tu móvil ya sabe que estás enfermo, que irás al médico (día, hora y lugar) y si se lo has dicho a alguien por whatsapp.

Vas a pagar y la tarjeta de crédito da error. Entras en la aplicación del banco, compruebas tu saldo y amplías el crédito de la tarjeta. Tu móvil lo sabe y a esos datos tiene acceso, sin exagerar, tu banco, la compañía que fabricó tu móvil, el gigante propietario del sistema operativo del aparato (previsiblemente Google, Apple o Micorsoft) y es más que probable que la mitad de compañías a las que autorizaste sin saberlo a conocer todos tus datos cuando descargaste su aplicación y te pidió miles de permisos que no te detuviste en leer. Candy Crush lo sabe.

Los datos serán el oro del siglo XXI y puede que del XXII. Son la base de aprendizaje de cualquier sistema de inteligencia artificial y no es ciencia ficción. Compras unos billetes de avión y sin saber cómo, se anota el viaje en el calendario, aparece apuntado en la aplicación de mapas y te avisa el día de antes sin habérselo pedido. Tu móvil ha leído el billete que te llegó al correo y ha hecho por ti todas esas anotaciones.

Bien pensado, es una vulneración absoluta y radical de nuestra privacidad. Un cambio de paradigma sobre la ética de la intimidad que hasta ahora rige nuestras sociedades (y nuestras leyes). Y, sin embargo, lo permitimos. No nos importa. Es demasiado cómodo.

Por eso no escandalizó a nadie lo que sucedió el pasado 1 de octubre en Cataluña. El censo electoral (nombre, apellidos, domicilio y DNI) de toda una autonomía fue subido a internet para ser utilizado por una aplicación de móvil desarrollada fuera del Gobierno catalán, por terceras partes no auditadas ni garantizadas. Y, sin embargo, aunque se expusieron todos esos datos sin los controles a los que estamos acostumbrados y aunque puede que acabe en multa millonaria, no importó ni preocupó realmente a ninguno de los afectados.

Hace tiempo que asumimos que todos esos datos escapan a nuestro control y que nos compensa. O no.

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