Hace justo un año, con el mismo número de jornadas consumidas, la Unión Deportiva Las Palmas tenía otra pinta, al menos transmitía otras sensaciones. Entonces multiplicaba por dos el número de puntos que luce ahora -12 en 2016; seis en el presente-, el buen juego y la ilusión eran la bandera del proyecto y varios de sus jugadores volaban -o al menos daba la impresión que tocaban techo en sus carreras-. De eso, hoy, 365 días después -más o menos- apenas queda algo. El equipo no juega bien, no tiene plan, se le ve sin ánimo ni orgullo, desde hace algo más de un mes sólo sabe perder partidos y la afición empieza a dar síntomas de desesperanza y hartazgo. Entre aquel recuerdo y la realidad actual, sin necesidad de entrar en comparaciones, en el horizonte sólo se aprecia un solar.

Desde aquellos días de vino y rosas hasta el triste momento actual, como una hilera de capítulos entrelazados que dan forma a una trama, se han sucedido una serie de decisiones que, analizadas en su conjunto, narran a la perfección por qué la Unión Deportiva está donde está: en zona de descenso a Segunda División. La explicación de tan calamitosa situación no tiene mucha ciencia. Por el camino Quique Setién -que al mando de todo el cotarro al menos tenía un plan- se fugó al Betis huyendo de conspiraciones. Roque Mesa fue traspasado al Swansea sin razón aparente -o al menos eso intuye uno cuando desde la propia UD se presume higiene económica-. Pocos días antes de que arrancara la pretemporada -y tras más confabulaciones internas, ¿Verdad Tonono? ¿Verdad, Valerón?-, la entidad amarilla descartó la contratación de De Zerbi -el técnico elegido- para dar las riendas del equipo a Manolo Márquez. Kevin Prince Boateng -tal vez en previsión de lo que estaba por venir- dio la espantada la misma semana del comienzo de la Liga. Con el curso ya en marcha -y después de anunciar que la plantilla estaba cerrada-, se incorporaron a última hora cuatro jugadores -Aquilani, Samper, Remy y Tannane-. Y para rematar la cadena de disparates, Márquez presentó la dimisión tras sólo seis partidos de Liga. Muy normal todo. Muy lógico todo.

El lunes, tras dos semanas sin competición, la Unión Deportiva hizo el ridículo ante el Celta. No cabe otro análisis. Transmitió malas sensaciones de principio a fin. Encajó cinco goles -pudieron ser algunos más- y no dio señales de mejora de la mano de Pako Ayestarán -que un equipo, en dos encuentros con el mismo entrenador al mando, reciba ocho goles indica que el mensaje no ha calado en el grupo-. Frente a este panorama, por ser optimista, sólo queda agarrarse al talento de futbolistas como Viera, Vicente, Remy, Calleri, Halilovic o Tana. Y cruzar los dedos para toparse en la clasificación con, al menos, tres rivales peores.

Eso sí, si al final llega la hecatombe, a partir de esa sucesión de malas decisiones, el veredicto será fácil de emitir. No cabrán teorías de la conspiración, no se podrá señalar a terceros, nadie deberá amargarse por la mala fortuna y ningún vocero con alma de palmero podrá exigir nada a la afición. No. El solar tiene propietario. Y sólo él deberá asumir la responsabilidad.