Hay tantas ganas de marear la perdiz con el 155 y el pulso catalán que no nos enteraremos en mucho tiempo de quién ha dado el brazo a torcer si es que en algún momento nos enteramos. El desafío independentista se resume en los mismos términos que cualquier pelea de taberna entre visigodos patacorta, que amagan y no dan. Amenazan, gesticulan, insultan, faltan porque en definitiva son faltosos, pero el desenlace no llega. Al final, lo que queda es un rumor de gallinero sin gallos.

Jamás el mundo ha retransmitido una secuencia tan poco nítida como esta de la declaración de independencia y la activación del artículo 155. Nunca, porque de los principales protagonistas que han blandido amenazas ninguno querría pasar a la acción.

Puigdemont, porque no es del todo idiota y teme las repercusiones legales. Rajoy y Sánchez, porque tampoco lo son y ninguno de los dos quiere asumir riesgos necesarios. Para tener coraje político hay que tenerlo también intelectual, sentido del deber y de la resposabilidad. No siempre es prudente el que se inhibe, inhibirse resulta a veces excesivamente temerario.

El problema es que la deriva secesionista les ha llevado a ambos por el camino que no se les ocurriría surcar. Mariano Rajoy desconfía de Pedro Sánchez, y Pedro Sánchez de Mariano Rajoy. Hablan de un 155 de mínimos y elecciones en enero para no ofender demasiado a los independentistas.

Una gran parte del país aguarda, sin embargo, medidas ejemplares para que los sediciosos no se vayan de rositas. No se conoce que se haya sofocado una rebelión sin apartar de ella a los cabecillas. Esta guerra sólo se sabrá quién la ganó cuando la Constitución empiece a destriparse.