La Provincia - Diario de Las Palmas

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ida y vuelta

La pelota en el tejado

Habría que reivindicar una buena dosis de sentido común, eso que en catalán se dice seny. Pues en realidad no nos hallamos ante un problema de identidad cultural y política sino que claramente se trata de un conflicto por el reparto del poder en España. Tras la crisis del Estatut, el problema fue abordado desde la perspectiva de la fuerza en vez de ser negociado de manera civilizada. La mera utilización de la fuerza, es decir la policía, los jueces y la actitud de aquí no me muevo, está conduciendo a una situación sin salida. El gobierno central no está capacitado para entender la cuestión, por ello decidió que las demandas no debían ser escuchadas en ningún sentido ni bajo ningún punto de vista. Y el ministro Montoro avisa, a buenas horas, que se propone mejorar la financiación autonómica. De todo este cúmulo de errores viene la movilización callejera, las caceroladas, las concentraciones de protesta, las algaradas que tanto eco encuentran en la prensa extranjera. Por eso hemos llegado hasta aquí. El gobierno pensaba que no iba a pasar nada: nos decían que los partidos independentistas están divididos, se llevan fatal, es imposible que se pongan de acuerdo. Así que al final no habría ni referéndum, ni mucho menos independencia. Los augurios del partido en el poder iban mal encaminados, no ha habido altura de miras.

Fernando Aramburu ha escrito una novela, Patria, que habla de los años más duros que se vivieron en el País Vasco. Con este libro ha logrado el Premio Nacional de Narrativa y una difusión extraordinaria de su obra. Él vive en Alemania, y, habiendo conocido muy de cerca el conflicto del nacionalismo separatista del norte, se manifiesta en el diario El Mundo sobre el asunto. Hablando de ruido, ¿cómo escucha desde la distancia el griterío catalán de estos días?, le preguntan. -Lo vivo con tristeza, porque veo mucha bandera, mucho odio, lo peor del ser humano. Y también con temor a que esto conduzca a una tragedia colectiva, y estamos en el borde. Es triste ver cómo las personas dedican el poco tiempo libre que tienen a cuestiones violentas, negativas, crispantes. ¿Teme algún contagio en el País Vasco? -Lo dudo mucho: los vascos estamos todavía en un periodo de digestión de las horribles décadas que sufrimos, intentando explicarnos nuestro pasado reciente; aún hay heridas abiertas, casos sin resolver... No creo que se vuelva a repetir pronto un pasado que todavía está muy presente en la mente de muchas personas, termina. Por su parte, el novelista Eduardo Mendoza dice que se está yendo hacia un camino perjudicial para todo el mundo. Un lío que, por fuerza, tiene que acabar mal. Se manifiesta muy preocupado y triste porque, acabe como acabe, se ha producido una ruptura muy penosa.

Algún mérito deben poseer los habitantes de un lugar que ha padecido tantos latrocinios, tantas guerras civiles, tantos incendios forestales provocados con toda puntualidad, tantas revueltas independentistas, tantos dictadores y fusilamientos, tantas sequías acompañadas de tantas rogativas a los santos del cielo, tanta incompetencia de sus dirigentes, tantas aberraciones históricas, tantos monarcas irrelevantes, tan mala gestión de las cosas públicas. Sí: tiene mucho mérito el saber sobrevivir a tanta adversidad y, a pesar de tantas corrupciones, llegar a disfrutar unos niveles de democracia y comodidad casi equiparables a los países de vanguardia, a los del Primer Mundo. Y es que resulta fácil perder la memoria y recordar el espacio del cual venimos: el atraso histórico, la escasez, la fragilidad, el aislamiento, la carestía de las comunicaciones, etcétera.

Porque el personal no habla de otra cosa, en cualquier bar, en cualquier supermercado, en la cola para ver una película, en cualquier ambulatorio de la Seguridad Social. El contagio colectivo hace que se hable mucho más de Cataluña que de la marcha de la liga de fútbol o de la Champions. Parece que hay un solo tema que a todos pone sobre ascuas. No se trata de discutir acerca del próximo Balón de Oro, ni de quién va a ganar las competiciones, ni de si habrá elecciones generales antes de tiempo, ni de si va a haber un sustituto de Mariano Rajoy. Estas cuestiones son contempladas como secundarias, lejanas, poco trascendentes. Pero el verdadero meollo de la cuestión consiste en poner sobre la mesa esta perplejidad: adivinar si se está actuando en debida forma, si basta con las actuaciones judiciales y con los encarcelamientos, preguntarnos si no se está caminando de error en error hacia el harakiri final. Pues en medio de tanta incompetencia de unos y de otros y más allá de la chulería de Puigdemont con todo el exhibicionismo de los golpistas, lo que cabe preguntarse es si este es el camino correcto, el que conducirá a alguna parte, o más bien el que se empecina en dar vueltas sobre sí mismo, hacia la nada.

Ahora comprobamos que la maquinaria se ha puesto en marcha, y convendría guardarse en la memoria un interrogante necesario: preguntarnos dentro de dos o cinco años si cuanto va a suceder ahora habrá sido suficiente para resolver cuestiones viejas, asuntos de fondo, o si se habrá tratado de un simple parche, una lavativa que no resuelve la enfermedad mortal del llamado encaje territorial. Pues no hay que olvidar que la represión judicial y policial origina victimismo, y este es un alimento maravilloso que rescata y potencia ese estado de nerviosa excitación que se vive en la sociedad catalana.

De un tiempo a esta parte nos hallamos en un estado mental evanescente pues nuestro ánimo se mueve de una parte a otra, sube y baja sin parar. Bipolares todos, sin que se salve ni el gato. Un día parece que el asunto está medianamente bien enfocado, pero al día siguiente entendemos justo lo contrario, pues la perplejidad no nos abandona. Quien está perplejo no sabe por dónde van a ir los tiros, es como si una sorpresa teñida de cierta angustia se apoderase de su ánimo. La perplejidad puede dar paso a la confusión mental, al insomnio, a una cierta indignación, a un espíritu de contrariedad. Los chinos han estado fabricando banderas rojigualdas a marchas forzadas, como cuando España ganó el mundial de fútbol, banderas en la calle como si estuviéramos ante una guerra patriótica, un asomo de guerra civil. Por lo general, la perplejidad se produce ante un hecho que causa conmoción. La perplejidad también surge cuando algo resulta de manera contraria a lo esperado.

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