Las ideologías totalitarias nunca han encontrado límites en sus metas. Han recurrido, incluso, al uso de niños y jóvenes en sus sofisticados mecanismos de agitación social, como nos recuerda la iconografía de los penosos años treinta del pasado siglo. Las imágenes de Stalin abrazando a preciosos niños, o de Hitler rodeado de cientos de rubios muchachos, dan fe del nivel de manipulación al que pueden llegar mentes enfermas o simplemente malvadas.

En los acontecimientos que se vienen sucediendo en Cataluña, han vuelto a salir a la palestra comportamientos que todos creíamos ya superados por la civilización, precisamente ligados a la escandalosa utilización de menores con fines políticos. La secuencia de aquél impresentable portando en sus hombros a un niño mientras un agente de la autoridad le persuadía de que lo alejara de esa situación de riesgo con ocasión de la farsa del tupperware del primero de octubre, es una muestra representativa del súbito rebrote de totalitarismo que se experimenta en el asunto catalán.

Llevado por la curiosidad, una buena tarde decidí ver un rato el canal infantil de la televisión pública de la Generalidad. Emitían un programa sobre perros en algún lugar rural de Gerona. Los presentadores, rodeados de chavales de corta edad, explicaban en catalán las características de los canes, dando respuesta a aquellas preguntas que les suscitaran. Las dos primeras, me dejaron boquiabierto. Fueron estas: "¿qué raza es la más habitual en Cataluña?, ¿cuál es la que se da más en esta comarca?" Los niños que preguntaban no tendrían más de cinco o seis años, edad a la que a ningún crío se le ocurriría introducir el elemento político o territorial sobre un asunto tan natural, como pude comprobar con mis propios hijos, que me confirmaron que lo esperable sería cuestionarse acerca de la raza canina más extendida en el mundo, pero no necesariamente en su calle o pueblo. A esos chiquillos se notaba a leguas su adoctrinamiento previo por el programa televisivo, como por otra parte denotaban sus expresiones poco espontáneas.

En la enseñanza y en los medios de comunicación en Cataluña, a las consabidas prácticas de sectarismo falsario se han unido, desde hace cuarenta años, tareas constantes de adiestramiento político nacionalista cuyas consecuencias y estragos ya conocemos. No se han parado en barras: han llevado a cabo, con la grave irresponsabilidad in vigilando estatal, unas operaciones genuinamente racistas en el mundo educativo y mediático, instilando el odio en los jóvenes a lo español como no se vivía desde el ocaso de las doctrinas calamitosas que sumieron a Europa y al mundo en el mayor despeñadero que ha vivido.

Intervenir a una Administración que ha ideado y forjado ese estado de cosas no es algo potestativo, sino obligado. Lo que se debe imponer ahora, con todos los medios con los que cuenta, no es sólo el Estado de Derecho en España, sino la causa de las libertades que defendemos en el mundo occidental. Se trata de acabar con un régimen totalitario que ha utilizado hasta los niños para sus propósitos. Simplemente por este lamentable hecho, ya debieran de haberse arbitrado mucho antes medidas coercitivas frente a semejante desafío a la razón más elemental. Como en su día hicieron las sociedades libres, de nuevo toca enfrentar a quienes pretenden imponer su dictadura, impidiendo que tiranos sin escrúpulos se sirvan del mayor tesoro de la civilización, que son unas futuras generaciones que merecen crecer sanas y en libertad, y nunca sometidas al blanco y negro de unos completos irresponsables.