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opinión

El laberinto de Puigdemont

El sábado volvimos a ver a un Puigdemont en estado puro, hermético e individualista. Repasen sus intervenciones de los últimos días. No concreta nada. Como buen especialista en monólogos, se le debe interpretar. El sábado parece que no le entendió ni Pilar Rahola. Puigdemont no se atreve a decir: "Hasta aquí hemos podido llegar. Estamos solos. Ir más allá sería caer en el precipicio". Y, en parte, es comprensible: ¿cómo decirle a toda aquella gente que él y los suyos enviaron a recibir porrazos que aquello no sirvió para nada? El jueves estuvo a punto de dar el paso, pero se asustó cuando vio que se había convertido en un 'botifler' y un traidor. No habría podido darse en mucho tiempo el baño de masas que se dio por el centro de Girona, su ciudad.

Fíjense también en sus últimas apariciones públicas. Eludió intervenir en el pleno considerado por el independentismo como el más importante de la historia de Cataluña. En el texto que leyó después, en las escaleras del Parlament no habló ni de Estado catalán, ni de independencia ni de nada que pueda le incriminar penalmente. Es consciente desde hace semanas deque lo pueden detener. De hecho, me consta que esperaba que lo hicieran el viernes por la noche. Ese día fue el final del 'procés'. Por eso, mientras la gente celebraba en la calle la independencia y esperaba que saliera al balcón, él se marchó del Palau de la Generalitat por la puerta trasera y no ordenó que retiraran la bandera española que ondea sobre la fachada del edificio.

El sábado corrió un riesgo haciendo una declaración como presidente de la Generalitat en su delegación de Girona, pero en su discurso tiró la toalla: "Paciencia, perseverancia y perspectiva", pidió. Y también imploró "una conducta cívica y pacífica" y una "oposición democrática". Aparentemente no se da por destituido y podría forzar aún más la posibilidad de ser detenido si acude hoy a su despacho presidencial, pero la auténtica realidad es que no sabe cómo salir del laberinto.

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