La Provincia - Diario de Las Palmas

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Tropezones

113 años

Hace unas semanas se desvelaba en los medios la noticia del fallecimiento de Yisrael Kristal, que con sus 113 años a cuestas figuraba en el libro Guinness de los récords como el hombre más longevo del planeta.

Superar el siglo de vida todavía es noticia, aunque cada vez menos, habida cuenta que 100 años se prevé será la edad media de mortalidad de los nietos que estamos bautizando ahora.

Lo verdaderamente noticiable del señor Kristal era su trayectoria vital, al haber sobrevivido a casi dos años de internamiento en el campo de exterminio de Auschwitz.

Tras perder dos hijos en el gueto de Lodz, fue deportado con su mujer a Auschwitz en 1944, donde ella fue asesinada, mientras él sobrevivía realizando trabajos forzados para los nazis.

Su excepcional voluntad de vivir, cimentada en una personalidad a la antigua usanza, ahormada al esfuerzo, al valor y al sacrificio le permitieron, a sus 43 años, superar el infierno del campo, del que fueron liberados año y medio más tarde los 37 kgs que quedaban de él.

Era como si algo de la vida que perdieron sus 300.000 compatriotas polacos del campo, lejos de romperle su espíritu, se le hubiese adherido, para ayudarle en sus titánicos esfuerzos por sobrellevar el sufrimiento. Al recobrar la libertad, en una de sus limitadas entrevistas, confesaba que un solo día en el campo daría para escribir dos libros. Pero Yisrael venía de una humilde familia de con-fiteros, y carecía de talento pa- ra la literatura. De lo que sí podía presumir por el contrario otro de los supervivientes, y compañero de infortunio del campo, Elie Wiesel, cuyas experiencias y reflexiones le hicie-ron merecedor del premio Nobel de la paz en 1986. (Y que también por cierto pudo regalar a la sociedad no sólo su sobrecogedor testimonio, sino sus sabios escritos y su experiencia docente hasta la avanzada edad de 87 años.)

Tras ser liberado, con el mismo ahínco y determinación con que había superado su martirio, Kristal procedió a rehacer su vida. Volvió a casarse, y emigró en 1950 a Israel, donde retomó con ímpetu su vocación familiar y profesional de endulzar la vida de sus semejantes, desarrollando con éxito su negocio pastelero que atendió hasta su jubilación, prolongando su afán de vivir hasta los 113 años.

Pero lo más llamativo es que esta vida ejemplar, y heroica a su pesar, no deja de ser, si prescindimos de sus inmensas ganas de vivir, sino la de un hombre corriente, conservador, trabajador y pertinaz, que en su nueva vida llegaba a lamentarse de estos "extraños nuevos tiempos", donde ya la juventud "no respetaba la voluntad de los padres ni siquiera a la hora de casarse".

Y viene a ser casi una paradoja que nuestro admirado Yisrael llegara hasta el punto de manifestar cierta añoranza por los viejos tiempos, entonando la matraquilla favorita de la actual generación en trance de jubilarse: "¿pero dónde vamos a parar?"

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