La Provincia - Diario de Las Palmas

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El olmo de España

Cuando se contempla el panorama español, truculento y embarazado de disparates, a los más les da por el lamento, también llamado jeremiada. Quien persiste en ella acaba invocando a todos los diablos. Cuando recupera la sindéresis lo que hace es comprar ese cupón de los ciegos que trae bote para ver de escapar de sus rutinas oficinescas y buscar refugio en una isla remota surcada por ríos con unos peces saltarines y cantarines. Pues esta es la forma que tienen los peces, en su inocente animalidad fluvial, de reírse de los humanos y sobre todo de los poetas, tipos enojosos que andan siempre con sus rimas y sus metáforas llenas de albas, de labios mojados y de nostalgias lastimeras. Otros españoles, mejor humorados, se lo toman todo a chacota y donde hay un orador, trompicando en sus topicazos, ellos ven en puridad a un orate a punto de incorporarse a la disciplina de un tratamiento psiquiátrico. Y huyen despavoridos para perderse en el tumulto callejero que también les proporciona material para la risa con tanto chiflado como hay por las calles hablando por el móvil, tan serios, como si fueran a arreglar algo en este mundo. Porque lo malo de ese móvil es que nadie te dice por él que lo que nos rodea es más pasajero y falaz que la promesa de un mitin. Yo veo sin embargo a España como el olmo viejo machadiano con su tronco carcomido y polvoriento, sin pardos ruiseñores, con un ejército de hormigas que le roen las entrañas y otro de arañas tejiendo sus telas grises y agoreras.

Un olmo que está siendo víctima del hacha del leñador y, con él, de los afanes del carpintero para degradarlo a melena de campana o yugo de carreta. O ser desguazado por un torbellino de insensatos que quieren fundarlo todo de nuevo, convencidos de que el pasado es tropel de sombras caducas y el futuro que ellos quieren construir es una luna niña tan inocente como impacientes son sus gracias creadoras. Una España que baja despeñada por valles y barrancas para -si no lo evitamos- ser tragada por el mar que un poeta llamaría turbulento y yo, como no lo soy, lo llamo lecho de cantos funerales donde se oye un murmullo desabrido y pleno de palabras hueras. Menos mal que ese olmo machadiano ofrece, risueño y balsámico, hojas verdes que le han de salir con las lluvias de abril y el sol de mayo. Esa es la esperanza, ver la gracia en España de alguna rama verdecida, poder anotar en el corazón y en la agenda -digital-, con la mirada puesta en la luz y en la vida, el milagro de la primavera. Pero ¿dónde están esas hojas verdes? Yo propongo que, en las Cortes, en lugar de dedicarse a trenzar leyes y más leyes, a transcribir normas y más normas del derecho europeo, a insultarse los diputados y diputadas en las sesiones de exabruptos, se diseñe un pequeño jardín y se convoque a instalarse en él a todas las ramas verdes que por el mundo vegetan sin dueño conocido. Atrapando algunas, quizás se consiga que echen raíces, se aclimaten y se conviertan en paisaje duradero. Sus almas gráciles, sus tallos quebradizos y sus miradas cómplices servirán -como el agua del bautismo- para redimir nuestros pecados destructores. Y así el olmo que España representa, hoy quebrado por el rayo de la insensatez, se empezaría de nuevo a erguir y a proclamar el brote de un humor saludable y cordial, abierto hacia la avenida del entendimiento educado, de la dignidad nacional y de la creación ilustrada.

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