La Provincia - Diario de Las Palmas

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Estrategias de adaptación

Llega el invierno y con él la escasez de alimentos y el aumento de necesidades energéticas para mantener el calor corporal. Una contradicción de la naturaleza que los animales han tenido que resolver. Algunos simplemente hibernan escondidos en cuevas que mantienen a una temperatura tibia. Logran que su metabolismo se reduzca a mínimos vitales. En las células apenas se quema el combustible con el oxígeno. De manera que el torrente circulatorio disminuye su ritmo de transporte. Tampoco hay mucha necesidad de aspirar aire para obtener oxígeno. El pulso se enlentece, el animal apenas respira, la temperatura corporal baja. No hay digestión, el sistema urinario trabaja el mínimo. El animal puede sobrevivir con las reservas que almacenó unas semanas antes de caer en el sopor. Grasa fundamentalmente. Es una cuestión de espacio y peso de almacenaje. Cada gramo de grasa aporta el doble de calorías que los hidratos de carbono. Además estos últimos se almacenan con mucha agua. Es una buena cosa en algunos momentos, por ejemplo en una carrera. Cuando se quema, libera el agua que compensa la que se pierde por el sudor y la respiración acelerada. Por otra parte, la glucosa necesita menos oxígeno que la grasa para quemarse, una ventaja en la carrera. Pero no en el reposo, que lo que sobra es oxígeno. Por eso cuando estamos sentados quemamos fundamentalmente grasa.

El cerebro, que yo sepa, no reduce su actividad en la hibernación. Este órgano se lleva una buena parte de la energía en reposo en los animales. Depende del tamaño relativo. En el ser humano llega al 20%, en el chimpancé al 13%.

Pero la mayoría de los animales no hibernan. Cómo resuelven el problema. Sabemos ahora cómo lo hacen las musarañas. Esos pequeños animales en los que pensamos tantas veces. Curioso dicho porque creo que no todo el mundo sabe qué son las musarañas. La primera sílaba nos equivoca. El genero mus, que incluye al ratón común, abarca a roedores. Pero la musaraña no lo es, aunque se parezca a un ratón. Es el mamífero más pequeño de Europa. Tienen un hocico largo, unos bigotes muy sensibles y son extraordinariamente voraces. No pueden pasar más de cuatro horas sin comer y llegan a comer su peso a diario.

Cervantes en la segunda parte de El Quijote, capítulo 33, hace decir a Sancho: "Soy perro viejo... y sé despabilarme a sus tiempos y no consiento que me anden musarañas en los ojos". Supongo que se refiere a lo que ahora denominamos moscas volantes, esos cuerpos flotantes que son agregados de fibras de colágeno que se forman en el líquido gelatinoso transparente que rellena el globo ocular, denominado humor vítreo, y que con el paso de la luz proyectan su sombra sobre la retina. No tienen importancia en general. No está pensando en las musarañas, esta expresión, tan común, tiene un origen incierto. Para algunos se debe a la insignificancia del animal. Sin embargo, biológicamente no es tan despreciable.

Cómo se las arreglan estos animales tan glotones para sobrevivir en el invierno. Pues de una forma verdaderamente original y hasta ahora única. Encogen. Si sólo perdieran peso no sería algo sorprendente. Lo más interesante de estos animalitos es que logran que su cerebro se reduzca, y no sólo el cerebro, también el cráneo. Son capaces de reabsorber todo ese tejido, que además les sirve como alimento. Una verdadera hazaña biológica que nos vuelve a indicar que no hay estructura en el organismo que no sea capaz de adaptarse.

Creo que los seres humanos no tenemos ninguna de esas capacidades, la de hibernación o reducción. Nuestras armas se basan en adaptar el medio. Además de buscar refugio, usar el fuego, cubrirse con pieles o tejidos, quizá en el Paleolítico ya supieran conservar las carnes mediante desecación. Una carne sin agua no es un buen medio para las bacterias, los animales que la descomponen. Si además se añade sal, que sube la presión osmótica, la vida es todavía más difícil. Lo mismo que si se ahúma. Seguimos empleando estos conservantes, además del nitrito. Hoy tenemos otros que son más saludables, aunque muchos creen que nos matan. Al contrario. Quizá nuestros antepasados conservaran carnes y pescados. También podían hacer aprovisionamiento de bayas y granos en los momentos de abundancia. Es posible que en el transporte desde los sitios en que crecía con más abundancia los cereales cayeran granos que al año siguiente germinarían dejando un rastro en el camino. Se alumbraba el Neolítico. Mientras osos y musarañas nacen con la capacidad de sobrevivir en el invierno, nosotros nacemos con la de aprender a cómo hacerlo. Por eso somos la especie que nace con el cerebro más inmaduro: en él se va a incrustar la cultura. De ahí la importancia de la educación temprana.

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