El Yankee Stadium, la casa en el Bronx del equipo con más leyenda del béisbol estadounidense, acogió el domingo el último partido como futbolista profesional de Andrea Pirlo. Para el gran público en general, el detalle probablemente pasó desapercibido. En un negocio donde los focos apuntan a goleadores de apetito voraz, gambeteros con la magia por bandera, porteros que se estiran como un superhéroes o defensas tan sólidos como el hormigón armado, el italiano, un súper clase, ha sido una especie de rara avis. No fue el jugador más fuerte. Tampoco fue el más rápido. Ni siquiera fue el más hábil. Tampoco tenía desborde. Pero lo ganó todo y en todos los equipos en los que militó fue importante. Fue campeón del mundo con Italia en 2006. Ganó la Liga de Campeones en dos ocasiones con el Milan AC. En la Seria A reinó con el conjunto rossonero y con la Juventus. Levantó un Mundial de Clubes. Fue despreciado por el Inter de Milán -como Roberto Carlos, Seedorf o Ronaldo- y se convirtió en el trequartista perfecto gracias a Carletto Mazzone para jugar junto a Roberto Baggio en el Brescia. Sin ser -en apariencia- nada del otro mundo, Pirlo fue un grande del fútbol. Y fue por su capacidad para convertir en una fortaleza todos los puntos fuertes de su juego: elegancia, visión de juego y habilidad para darle la pelota a los buenos.

Casi al mismo tiempo que Pirlo colgaba las botas junto al río Harlem, en la Castellana la Unión Deportiva Las Palmas encajaba su séptima derrota consecutiva. El equipo amarillo, en caída libre, tropezó porque entregó la cuchara antes de saltar al Bernabéu. Ante un Real Madrid melancólico, flojo de moral, sin chispa ni rapidez, con pocas ganas de morder al rival y atrapado en una madeja llena de dudas tras naufragar en Montilivi ante el Girona FC y en el Wembley frente al Tottenham Hotspur, el representativo grancanario desaprovechó una buena oportunidad para rascar algo en Chamartín. Perdió la UD, algo que entraba en las cuentas de todos a partir de un principio lógico, porque Pako Ayestarán dio prioridad el interés particular frente al colectivo. Señalado por su incapacidad, con el club de rastreo por el mercado para tantear la predisposición de posibles sustitutos, el técnico vasco acumuló jugadores por delante de Raúl Lizoain para evitar una goleada de escándalo y soltó en punta a Vitolo y Calleri para ver si igual sonaba la flauta. Ayestarán, atado por su incompetencia y sus miedos, no ha sido capaz de convertir en una fortaleza todos los puntos fuertes que tiene su plantilla -calidad individual, talento para asociarse, orden táctico, velocidad en ataque, etcétera- y va camino del naufragio.

Pirlo y Ayestarán, obviamente, no tienen nada que ver. La comparación, como todas, es injusta. Pero equiparar a ambas figuras -negro sobre blanco- parece un ejercicio saludable. Sobre todo porque en esto del balompié, al final, la pelota no miente y sirve para desenmascarar tahúres. Pirlo era el juego. Lo imaginaba y lo convertía en algo real con un toque al balón para hacer buenos a todos los que estaba a su alrededor. Parecía algo fácil. Lo hacía y punto. No tenía más ciencia. A Ayestarán, incapaz, se le nota superado; igual que cuando fracasó con el Valencia CF. No da con la tecla, empeora a la UD Las Palmas y se ve a leguas que no tiene la solución. Su única receta es trabajo -pero da tres días libres esta semana- y focalizar el problema, pero nunca ofrece soluciones a partir del juego. Su discurso, lleno de palabras, no tiene contenido. El fútbol no es lo suyo. Y eso se nota a leguas de distancia. Al final, es un ejercicio empírico: lo de Pirlo, sin dar titulares, era evidente; lo de Ayestarán es humo.

Después de once jornadas de Liga, la Unión Deportiva Las Palmas sólo suma seis puntos. Los datos asustan, pero un vistazo al calendario ofrece un respiro: aún hay tiempo para evitar el siniestro total si se toman las decisiones adecuadas. La solución está en manos de la comisión deportiva del club, que tiene dos salidas: quedar como el amigo impuntual del grupo -llega tarde, pero su presencia al final siempre compensa- o ejerce como un irresponsable total -no valora lo que tiene-. En su mano está.