El Premio Velázquez de Artes Plásticas a la artista Concha Jerez (Las Palmas de Gran Canaria, 1941) reconoce los méritos de una creadora persistente en el arte conceptual, con un lenguaje personal, comprometida con su tiempo y con la cabeza llena de proyectos, algo de agradecer dado que no es lo mismo recibir el galardón del Ministerio de Cultura en vida que a título póstumo. Su dilatada obra, que se puede ver estos días en la muestra Interferencias del CAAM, pone de manifiesto su carácter indagador. Una labor que hunde sus raíces en el tardofranquismo con valiosos prestamos de las ciencias sociales, sobre todo del estudio del poder y la libertad, ámbito disciplinar al que pertenece Concha Jerez, que combinó los estudios de Políticas con los de piano.

Nos encontramos por tanto ante una artista a la que no le es ajena la realidad en la que trabaja, ya sea la inmigración o la misma autocensura que inconscientemente se introduce en la sociedad para solaparse en los contextos más insospechados. Profesora hasta 2012 de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Salamanca, la artista, aparte del Velázquez, fue galardonada con la Medalla de Oro de Bellas Artes (2011) y el Premio Nacional de Artes Plásticas (2015), distinciones que evidencian el reconocimiento alcanzado por el arte conceptual en España. Una consideración a la que tampoco es ajena otro canario, Juan Hidalgo, Premio Nacional de Artes Plásticas 2016, impulsor en el país, antes de la llegada de la democracia, de la corriente Fluxus como cofundador del grupo ZAJ. Concha Jerez, que en los años 50 consiguió una beca de estudios en Estados Unidos, ha bebido de estas fuentes dedicadas a un arte que conecta con la música, la danza, el performance, las instalaciones o la videocreación.

A través de estos soportes comunicativos, la creadora isleña introduce reflexiones de calado sobre la discriminación de la mujer, siendo pionera. Su discurso subversivo y mordaz tampoco ha sido ajeno a los mass media, con intervenciones artísticas en torno a los lenguajes de los medios de comunicación, y en el campo de la experimentación sus creaciones sonoras para la radio con la colaboración de su compañero, el músico José Iges. La trayectoria de Concha Jerez resulta por tanto imprescindible para entender la evolución del arte contemporáneo español. Su aportación arriesgada, a veces incomprendida, ha tardado en ser reconocida, pero ahora llegan en tromba los parabienes.

La concesión del galardón nos plantea la oportunidad a los canarios de mostrar ciertas dosis de satisfacción por los premios convocados por el Ministerio de Cultura alcanzados por sus creadores. A Juan Hidalgo se unen, entre otros, Cristino de Vera, Martín Chirino, Manolo Blahnik, Rayco Pulido y José María Millares, todos ellos vivos con la excepción del autor de Liverpool, que lo recibió a título póstumo. Entre los creadores ya fallecidos, pero que fueron galardonados en vida, están Pinito del Oro, Carmen Laforet -vivió su niñez y adolescencia en Gran Canaria-, Vicente Marrero, Claudio de la Torre y Domingo Pérez Minik. Habría que añadir a Helena Rohner, César Manrique y Alfredo Kraus, medallas de oro a las Bellas Artes. La lista pone en evidencia la ebullición cultural de las Islas, con una tradición donde la lejanía no ha sido un obstáculo para alcanzar el protagonismo en el exterior, sino más bien un acicate para superar los límites geográficos. Y no ha sido únicamente con la mirada puesta hacia el exterior, como quedó patente en 1935 con la I Exposición Surrealista en España, donde el Teide sedujo a Breton y dio paso a una lectura apasionante de la relación de Canarias con el mundo. Fue la conversión definitiva de la periferia en polo de atracción gracias al movimiento en torno a la revista Gaceta de Arte y sus conexiones con el surrealista Óscar Domínguez. Pérez Minik, que recibió el Premio Nacional de Teatro, sería uno de los artífices de esta conexión isleña con Europa.

Concha Jerez pertenece por derecho propio a los canarios de intensa curiosidad intelectual, forjados en el mestizaje cultural entre América y Europa y atrevidos en sus propuestas por una idiosincrasia cosmopolita. Las Palmas de Gran Canaria, sin ir más lejos, esgrimió muy desde el principio, entre la oscuridad del franquismo, su inclinación por lo nuevo, como pudo comprobarse con las experimentaciones ZAJ de Hidalgo en una Casa de Colón a la que le temblaban las paredes por el exceso de contemporaneidad. Y de la galardonada decir que en 1976 puso en marcha una obra cuyo título ya marcaba: Autocensura. Ni que decir tiene que sus diferentes facetas artísticas tenían un público minoritario, quizás hasta acogotado por la inusual creatividad, y que las mismas recibían por rutina la condena de críticos vetustos e intransigentes. Pero el paso del tiempo ha dicho su última palabra. Una visita a la muestra Interferencias de Concha Jerez posibilita el conocimiento de un trabajo concienzudo, actual, interconectado con valores tan devaluados como la justicia, la libertad, la palabra o la amistad, paraísos, como los llama, a los que aspiramos en un planeta saturado de bienes.

De vuelta a nuestros galardonados por el catálogo de distinciones del Ministerio, hay que hace hincapié en que los más jóvenes, Rayco Pulido (Premio Nacional del Cómic) y Helena Rohner (Medalla de Oro a las Bellas Artes por sus joyas), conjugan con sus respectivas dedicaciones la fortaleza creativa de las Islas, donde la iniciativa no se contenta con lo que podríamos llamar géneros tradicionales, sino que se abre al campo de la joyería o a la ilustración. Y más allá de los galardones institucionales, por supuesto que también hay vida. En el mundo del vestuario del cine, sin ir más lejos, el Goya a Paola Torres por su trabajo en 1898. Los últimos de Filipinas, o también Paco Delgado con sus diseños para Blancanieves. La lista podría ser interminable, pero sólo se trata de dar testimonio de una efervescencia de la que sólo nos enteramos cuando hay un galardón.

El escenario debería ser suficiente para exigir más cuidado hacia la cultura por parte de los poderes públicos: por ejemplo, tomarse más en serio la eliminación de las barreras aduaneras al arte; el apoyo sin paliativos a los talentos; extremar los criterios para las subvenciones... Pero como bien deja entrever el galardón a Concha Jerez no todo depende de la institución, hace falta la credibilidad y la convicción del artista aunque ello cueste trabajo, incluso hasta décadas y décadas.