Crece el catálogo de roedores, insectos, gatos y plantas que llegan de otros lugares, y que acaban aterrizando en tierras canarias para comerse todo lo que encuentran en su camino. Son especies invasoras que transforman el ecosistema y que acaban modificando para mal la estabilidad natural. Cualquiera lo puede notar en sus espacios cotidianos: un bichito extraño que se desliza por la baldosa, y que por su fisonomía y color hay que catalogar como forastero. De inmediato, dado los interrogantes que promueve, se llama a una empresa de plagas para que haga un diagnóstico. Sus operarios hacen un peritaje aproximado: o ha llegado entre la fruta, o es como consecuencia del cambio climático. La duda se queda ahí. Hace poco, desde la Península, un amigo me comunicó que tenía de inquilinos unas tijeretas -nombre común- que se alimentaban de vegetales pero también de tejidos. Nadie le supo dar una explicación coherente sobre cómo habían llegado hasta su domicilio. Aquí, desde el otro día, aparecen cisnes negros en la costa, algo que no tiene que ver -creo- con la famosa Teoría del Cisne Negro, referida a los sucesos inesperados de difícil explicación, pero que dejan en el ambiente cierto misterio sobre la confraternización de las especies y los vasos comunicantes del Arca de Noé. Quiero decir que si esta proliferación de animales y hierbas, la persistencia de la calima y la ausencia de lluvias no son más que señales para partir hacia una lugar todavía por decidir. No lo sé. Esta mañana vi una imagen macro de un insecto horrible. Todavía ando descompuesto con la visión, y obsesionado con la idea de que semejante ser se pose sobre mi mesa mientras abro el bote de mermelada para desayunar. ¿Qué significará todo este trasvase zoológico?
