Nos deslizamos hacia una sociedad donde los animales van a disponer de una mayor protección que las personas. No me parece mal, pero habría que preguntarse cuál es la razón para que el boxeo siga ahí mientras caen como uvas los hábitos sangrientos protagonizados por especies del bestiario. Canarias, que fue pionera en prohibir unas corridas de toros muy testimoniales, anuncia ahora una vuelta de tornillo a la legislación contra el maltrato animal con un veto a las peleas de gallos, algo que no realizó en su momento dada la tradición de las mismas en el Archipiélago. Los representantes de las asociaciones gallísticas, ante la ofensiva, creen que se puede llegar a acuerdos sobre la modalidad con el objetivo de frenar la desaparición del ave y de todo el entramado que hay alrededor de su crianza. Creo que es conveniente hacerlo. Para comprender la relevancia cultural de las peleas de gallos en las Islas hay que consultar el Diccionario Gallístico de Canarias, escrito por el catedrático de Literatura Miguel Pérez Corrales, que con toda seguridad fue el último en firmar -en este periódico, en las páginas de Deportes- criticas de peleas de gallos. Experto en el surrealismo y en la obra de Agustín Espinosa, en su libro de 700 páginas hace un recorrido minucioso por el mundo de los propietarios -con sus partidas- y los criadores de los animales, buscados con avidez por los burgueses de la ciudad baja entre los intuitivos habitantes de fuera del municipio capitalino, todavía un mundo rural con sus sabios. Tampoco faltan las conexiones con la literatura, con nombres como Domingo Rivero o Saulo Torón entre sus aficionados. El vademécun de Pérez Corrales es un elemento clave para decidir si se actúa contra las peleas de gallos desde el moderantismo o desde la radicalidad.