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Crónicas galantes

¡Que vuelven los rusos!

Los rusos, que están en todas partes como el demonio, han alistado un ejército invisible de robots con el propósito de hacer saltar al mundo por los aires, o eso dicen por ahí. Y algún éxito están obteniendo con estos soldados cibernéticos que han venido a sustituir a las antiguas e igualmente poderosas divisiones de Stalin.

Conducidos por un antiguo miembro del KGB como Vladimir Putin -que tiene nombre de vampiro y mirada glacial de espía-, estos guerreros de la red alzaron ya a Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos. Ahora lanzan ataques sobre objetivos aparentemente menores, tales que el apoyo a la secesión de Cataluña, que se llevaría a España por delante y, ya de rebote, a la Unión Europea.

No es que les importe gran cosa la ideología. Lo mismo operan a favor de la ultraderecha en las elecciones de Alemania, Francia o Italia que llenan las redes sociales de trolas para allanar el camino a la independencia de Cataluña. Se trata, simplemente, de montar un quilombo de alcance planetario que derrumbe los pilares del imperio americano y arrastre en la caída a sus secuaces de la Unión Europea.

Sorprende semejante poderío desestabilizador en un país que, a pesar de su descomunal tamaño, no pasa de acumular un Producto Interior Bruto ligeramente superior al de Italia. Ya no es Rusia, sino la más discreta China de Mao la que le disputa la primacía económica a los Estados Unidos; pero el caos lo sigue sembrando Moscú.

Tras la jugada maestra de Trump, al que le hicieron la campaña por creerle el más tontiloco de todos los aspirantes a emperador, la siguiente diana de los ciberacosadores rusos, maestros de la posverdad, parece ser la destrucción de la Unión Europea.

Así lo creen, al menos, los diputados y expertos en política exterior que han firmado la Declaración de Praga para alertar a los europeos de la constante injerencia de los rusos en sus asuntos. Denuncian estos alarmados prebostes que las brigadas cibernéticas del Kremlin se han entrometido con su propaganda en el referéndum del brexit que sacó al Reino Unido de la UE; en las últimas elecciones de Alemania y Francia y por último -aunque no lo último- en el proyecto secesionista de Cataluña.

Todo esto evoca la trama de las viejas películas de ciencia-ficción, aunque también remite al "Rusia es culpable" lanzado hace muchas lunas por Ramón Serrano Suñer, el pinturero ministro de Exteriores del general Franco. Ahora que ya no existe la Unión Soviética y solo van quedando bolcheviques en España, Venezuela y algunos bares de Vallecas, los nuevos rusos capitalistas siguen empeñados en justificar su inacabable fama de conspiradores. Ya sea contra Franco -como entonces- o a favor de Trump, de los fachas de Alemania o de los cuperos de Cataluña.

Nada más lógico si se tiene en cuenta que el jefe del Kremlin desde hace 17 años -y los que vendrán- es un antiguo espía soviético que parece directamente sacado de una película de la Guerra Fría.

Todo esto, en realidad, ya lo había intuido premonitoriamente el cineasta Norman Jewison al titular ¡Que vienen los rusos! una peli de los años setenta en la que se hacía el humor y no la guerra a cuenta del duelo atómico que entonces mantenían los USA y la URSS, que en paz descanse. Cuatro décadas después, la tragedia se repite en forma de farsa, como quería Marx. Y eso que don Carlos no era ruso.

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