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Javier Durán

RESETEANDO

Javier Durán

El suelo del Gabinete

El suelo que pisamos va más allá de una construcción que impide que nos caigamos al vacío. También es verdad que el forjado puede ser excelente pero un vértigo orgánico hace de las suyas para derrumbarnos. Creo que las dos funciones se arrastran sobre la marquetería del parqué del Salón Dorado del Gabinete Literario, recién restaurado y presentado in situ por Juan José Benítez de Lugo y Massieu, presidente de la institución. Esta madera fina, que no refulge sino que conserva la pátina de los siglos, se asemeja a un ser vivo que respira y expulsa ronquidos, lamentaciones, euforias, sonrisas, galanteos, cotilleos, venganzas, maquiavelismos... Toda la argamasa que conforma una sociedad de provincias, ultraperiférica, que eligió un suelo noble para aprender a volar entre el vértigo y el vacío. No es cualquier cosa que la materia natural vuelva a brillar: entre las juntas circulan motas de logros fulgurantes celebrados con fuegos artificiales; sonados agasajos por un nombramiento ministerial; estremecedores discursos contra un expolio; pasos de esbeltas damiselas que buscan la libertad; lecturas de discursos arropados por el sopor de una temperatura tropical; patricios que vieron en las cuadrículas del parqué el desvanecimiento de un mundo que creían eterno; empalagosas palabras por un éxito literario o teatral lejano; debates interminables plagados de interrupciones sobre una aspiración que cambiaría a la Isla para siempre. El Salón Dorado, que es donde está este suelo, puede expulsar el más excelente material literario para un Faulkner, para un exquisito Proust que no se quiere perder ni detalle de los vestidos, o para un Gorki que ve en su grandiosidad versallesca la justificación para una revolución contra los rentistas. Magüi González, la arquitecta encargada de la rehabilitación por fases del Gabinete Literario, habla de un suelo que es como un palimpsesto, un manuscrito que por el desgaste de las pisadas ha sufrido el borrón de una época tras otra, en un laborioso, lento y metódico ejercicio donde la pérdida de cada capa ha significado una transformación, un movimiento entre el vacío y el vértigo. Ahora la sufrida madera soporta el viaje sideral a un esquema de entorno robotizado, o a punto de llegar. Y seguirá ahí, impertérrita.

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