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OBSERVATORIO

En torno a las ciudades inteligentes

El término smart city, o ciudad inteligente, se escucha con cada vez más frecuencia. ¿Pero qué son las ciudades inteligentes? La transformación que van a sufrir no sólo las ciudades, sino la propia movilidad y las vidas de los ciudadanos, se atisba tan profunda como excitante. Las ciudades que conocemos, los servicios urbanos con los que estamos familiarizados y, por supuesto, la forma de movernos por esas ciudades cambiará, pero el cambio también nos incluye. La ciudadanía evolucionará a una ciudadanía inteligente. En este artículo voy a tratar de explicar esos tres ejes Ciudades Inteligentes, Movilidad Inteligente y Ciudadanos Inteligentes.

En estos tres conceptos, Ciudades, Movilidad y Ciudadanos Inteligentes se observa una palabra común en su equivalente anglosajón: "smart". Podríamos traducirlo como sinónimo de "inteligent" (inteligente). Sin embargo, el sentido que tiene va un poco más allá. Lo cierto es que hemos llamado inteligentes a todos los sistemas y servicios que hacen uso, en mayor o menor medida, de las tecnologías de la información y las comunicaciones. Si se piensa, es como si la inteligencia les fuera exclusiva a los ordenadores, olvidándonos de sus creadores, pero eso ya no tiene solución.

En ingeniería podríamos decir que un sistema inteligente suele ser un sistema que se apoya en esos dos pilares, computación y comunicaciones. Son sistemas capaces de gestionar problemáticas muy diversas de manera rápida y eficiente, incluida también la movilidad. Desde un punto de vista teórico, muchos de esos problemas son problemas de "optimización". Estos sistemas se utilizan para, vamos a decirlo así, "sintonizar" lo mejor posible una herramienta o un servicio. Simplificando mucho, los sistemas inteligentes giran la ruedita de la radio de la abuela hasta que se escuche con total claridad la emisora deseada, el tiempo medio de tránsito desde casa al puesto de trabajo sea mínimo, la energía consumida por ciudadano sea mínima o el tiempo medio que pasa un contenedor lleno de basura se minimice también.

Pero imaginen ahora que la emisora de la abuela cambia de frecuencia cada día. Un día está un poquito por encima de los 100 Megahercios (MHz), 100.1, al día siguiente está a los 99.8MHz, y así cada día. Tendríamos que pasarnos por casa de la abuela cada mañana y reajustar un poquito el dial. Eso equivale a lo que llamamos "optimización adaptativa". Y la verdad es que en la mayor parte de los sistemas que encontramos en ingeniería se requiere de este tipo de optimización. El comportamiento del tráfico, la demanda energética también, los usos y costumbres de los habitantes... todo cambia. Lo único constante es el cambio, como dijo el filósofo Heráclito.

Pero íbamos a hablar de las Ciudades Inteligentes. Dicho muy resumidamente, la ciudad inteligente surge como reacción de nuestras ciudades tecnológicamente avanzadas, principalmente a los cambios de tendencia demográficos que se están dando a nivel global. La población del planeta está creciendo, y no parece que vaya a dejar de crecer durante este siglo. También se estima que en 2050 hasta dos tercios de toda la población del mundo habrá migrado a las ciudades.

Esto supone todo un reto para la gestión urbana, sobre todo para la gestión de los recursos comunes y poder facilitar los servicios e infraestructuras necesarias a todos los ciudadanos.

Según Schaffers, H. y otros en un artículo de 2011, una ciudad puede llamarse inteligente cuando las inversiones que se hagan en el capital humano y social y las infraestructuras modernas de transporte y comunicaciones alimenten un crecimiento sostenible y un alto nivel de bienestar de los ciudadanos, haciendo un uso eficiente de los recursos naturales y a través de una gobernación participativa.

Es indudable que estos cambios serán catalizados en virtud de la revolución tecnológica y de las comunicaciones que estamos viviendo. Las redes de sensores, como cámaras, estaciones meteorológicas, espiras magnéticas para contar el número de vehículos, etc.; y por otra parte la abundancia de dispositivos electrónicos personales con gran capacidad computacional y de comunicaciones son piezas clave.

Pero la riqueza tecnológica de una ciudad no implica que se pueda decir que es ciudad inteligente. Es algo más profundo, la propia estructura de la ciudad, las dinámicas que se generan y la implicación de la tecnología en la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos y la actividad económica.

Un elemento central es sin duda la movilidad. Debemos desarrollar una nueva forma de pensar en la movilidad. En mi opinión la movilidad inteligente se basa en cuatro grandes pilares: La seguridad, la sostenibilidad medioambiental, la equidad social y el progreso económico. Estos cuatro serán los propulsores del cambio.

Pero, ¿cómo lo hacemos? Volvemos a hablar de optimización y de la diferencia entre "intelligent" y "smart". Hasta ahora nuestras ciudades están afrontando la gestión urbana buscando lo que se llama teóricamente el óptimo de sistema. Es decir, desde el lado global de la administración de la movilidad.

Sin embargo, esto no siempre es lo mejor para el ciudadano. Es posible que un planeamiento de carriles, semáforos, etcétera sea óptimo desde el punto de vista global, atendiendo por ejemplo a que la media de ocupación de las calles de Las Palmas de Gran Canaria o Santa Cruz de Tenerife se mantenga estable o el tiempo medio de trayecto sea mínimo. Sin embargo, ese óptimo global, primero puede no ser la única solución al problema, pero sobre todo puede significar que para lograrse los ciudadanos que acceden a sus lugares de trabajo en Las Palmas de Gran Canaria por Tamaraceite, o por La Cuesta en el caso de Santa Cruz de Tenerife, deban "sacrificarse" y hacer colas desorbitadas. Lo curioso es que con esas colas globalmente el sistema puede estar en su óptimo absoluto.

Sin embargo, hay otras formas de aproximarse a la solución de estos problemas. Desde Europa, a los que intentamos competir por financiación para nuestra investigación nos dictan que debemos poner al ciudadano en el centro (citizen centred). Es decir, nos dan pistas de que políticamente interesa que en lugar de buscar el óptimo absoluto, se trate de lograr óptimos locales, uno por ciudadano. Es el concepto de equidad. Igualdad de oportunidades para todos los vecinos del municipio.

Dicho de otra manera, aunque la media de tiempo para llegar al trabajo globalmente suba, si somos capaces de lograr que todos los barrios tengan unos tiempos de espera para el acceso al centro urbano, aceptables y predecibles, ese puede ser un mucho mejor criterio de optimización.

De todas formas en este punto estamos pensando como gesto- res de la movilidad. Hasta aquí sería movilidad inteligente. Pero hay más.

Necesitamos dotar a los ciudadanos de herramientas para que ellos también "optimicen" sus vidas en función de sus propios criterios. Debemos facilitarles servicios, aplicaciones móviles, páginas web, teléfonos, etc. que puedan utilizar para, por ejemplo, de manera individual elegir su ruta.

Los ciudadanos inteligente hacen uso de herramientas tecnológicas que les permiten ahorrar tiempo y dinero y tener vidas más gratificantes. Mejor calidad de vida.

Aunque a priori un gestor de tráfico podría pensar "pero si no sabemos qué ruta van a escoger cada día, no podemos hacer una buena predicción de demanda, para planear carriles, semáforos, servicios públicos, etc." En parte tiene razón. La optimización desde el lado del usuario teóricamente va en contra de la optimización del sistema, porque filosóficamente es lo opuesto. Es pensar en el propio beneficio en lugar del beneficio colectivo.

Sin embargo, como las ciudades, esta percepción cambiará. Por una parte, los sistemas de gestión de la movilidad deben aceptar como natural la estocasticidad y desarrollar estrategias que se adapten dinámicamente a ella. Contar los vehículos que llegaron a una intersección el mes pasado y salieron por cada una de sus ramas sólo es obtener un fotograma de una película a 30 fotogramas por segundo. Para que podamos hablar de movilidad inteligente se debe dar un paso hacia adelante en la dirección de sistemas adaptativos, que sean capaces de trabajar un tráfico que no sólo varía lentamente, sino rápidamente a veces, por ejemplo, por un derbi Tenerife vs. Las Palmas, o un accidente.

Por otra parte, el facilitar herramientas al ciudadano inteligente no sólo tiene un impacto positivo en la percepción de modernidad y cercanía de la administración local. También impacta sensiblemente en la optimización de servicios. Cuando muchos usuarios deciden una ruta alternativa, aparentemente más larga, pero más corta en tiempo de tránsito, utilizando estas herramientas, se sabe que la red tenderá a equilibrarse automáticamente, haciendo la gestión del tráfico más sencilla y robusta.

Por poner otro ejemplo, un ciudadano que reporta un problema de una farola rota, o un parque infantil sucio, permite a la administración local hacer un uso mucho más eficiente de sus recursos humanos mandando al personal correspondiente mucho antes al punto concreto donde es necesario.

Resultado, ayuntamiento contento y ciudadano contento.

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