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Comercio mundial y cambio climático

El crecimiento sostenido de los países en vías de desarrollo -sobre todo de los asiáticos, pero también en África e Iberoamérica- actúa como un acelerador de los cambios globales. Surge, a velocidad de vértigo, una clase media que, solo en China, suma año tras año millones de nuevos consumidores. Como suele repetir en sus informes uno de los más reputados gestores de la bolsa española, Josep Prats, resulta muy difícil precisar con exactitud cuál es la tasa a la que crece el PIB chino, cuando en realidad ni siquiera conocemos cuál es su población real. Pero, sin embargo, sí sabemos con enorme exactitud cuántos yogures vende Danone en el país asiático, o cuantos BMW circulan por sus grandes ciudades. Y esos números constatan el vigor de unas clases medias que empiezan a consumir productos globales por vez primera: quien compra yogures y coches de gama alta también contrata seguros, estrena televisores o viaja de vacaciones al extranjero, por poner unos ejemplos. La rueda del desarrollo se extiende además a las infraestructuras públicas que necesitan adecuarse a las demandas sociales -más y mejores carreteras, ferrocarriles, aeropuertos, centrales eléctricas, hospitales y universidades-, lo que incrementa de forma significativa el consumo de energía, agua y materias primas. Las derivadas del proceso de la globalización son innumerables y muchos evidentes: las multi-nacionales incrementan sus beneficios gracias a que capturan parte de este crecimiento, se presionan a la baja nuestros salarios, surgen nuevos actores políticos de relevancia. Las tensiones entre estados reaparecen sobre todo en el sur asiático, pero también renacionalizando la soberanía en algunos países europeos, como sería el caso del Reino Unido. Y un último apunte fundamental que afecta directamente al clima: el consumo energético se dispara. "El tiem-po se está agotando" es la advertencia que han lanzado un buen número de científicos que alertan sobre el riesgo de los gases de efecto invernadero y de la necesidad de recortar con urgen-cia su emisión. China -que es el primer país emisor de CO2 en el mundo- e India serían, en gran medida, los responsables del crecimiento en la emisión de gases contaminantes. La Agencia Internacional de la Energía (AIE) hablaba esta semana de un notable incremento de la demanda energética -de hasta un 30%- para 2040. Lógicamente, el desarrollo económico se asocia a estas nuevas necesidades; del mismo modo que tampoco podemos referirnos a una mayor equidad mundial sin aceptar la en-trada de estos nuevos partícipes en el comercio global. Una cosa conduce a la otra: la riqueza genera soluciones y problemas. Hay que saber tratar con los dos. La necesidad de controlar las emisiones y reducir la contaminación del medio ambiente pasa por los avances de la tecnolo- gía y su rápida aplicación. El ejemplo del potencial del coche electrónico resulta evidente y cabe pensar que no nos encontramos tan lejos -tal vez dos décadas- de su generalización, al menos en Occidente. El reciclaje, el uso de energías renovables y el ahorro energético forman parte de la cultura común de las naciones más avanzadas, pero la cuestión no reside ya tanto aquí como en las nuevas áreas de crecimiento mundial -el sureste asiático, África, Iberoamérica- mucho menos concienciadas acerca de esta alerta global. Por una parte es lógico que así sea, sus necesidades inmediatas son otras. Por otra, también nosotros -sus principales clientes- tenemos la obligación de exigirles más o, al menos, de resultar más persuasivos.

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